Entrevista con Franco Lolli, director de Gente de bien

Más que la realidad, busco la verdad

Oswaldo Osorio

Luego de dos reveladores y sólidos cortometrajes que recorrieron exitosamente numerosos festivales, la ópera prima de este joven director se presenta como la constatación de que estamos ente un cineasta prometedor, con una obra honesta e inteligente en sus búsquedas por hacer un cine muy personal.

¿Cómo fue esa formación en la escuela de cine en Francia y qué diferencia hay con la que se imparte aquí en las facultades y escuelas de audiovisuales?

Son dos mundos, visiones  y posibilidades completamente diferentes. Solo en términos de materiales tenemos es todo lo que uno necesita y, sobre todo, somos seis estudiantes por sección, seis directores, seis guionistas, seis editores, etc. Se entra por concurso, entonces toda la gente que entra ya está muy avanzada, no hay que partir de cero. Por otra parte, los profesores son solo gente que trabaja en el cine de verdad, entonces por ejemplo mi tutor de mi trabajo de grado es Abdellatif Kechiche, que ganó la Palma de oro con La vida de Adel (2013). El que me enseñó a mí a dirigir actores es Philippe Garrel. Es la posibilidad de estar al frente de la gente que de verdad hace cine y eso en Colombia no existe.

¿Se podría decir que la marca de su cine tiene que ver con una suerte de realismo y de naturalismo cotidiano, ese tipo de cine que está funcionando tanto ahora en festivales, en el cine de autor europeo y del Cono Sur? ¿Esa concepción de cine viene de su formación o de algún otro tipo de  influencia?

Es difícil distinguir una cosa de la otra, por que como yo viví en Francia, eso de alguna forma lo influencia a uno, pero uno no sabe cómo, no es que por estar allá termine haciendo un tipo de cine, pero mal que bien yo todos los días hablo con franceses, voy a las salas francesas, leo la crítica francesa, para bien o para mal eso termina influenciándolo a uno. Pero desde siempre quise hacer un cine cercano a la realidad, yo no sé cómo cercano, pero, por ejemplo, Scórcese para mí es un cineasta cercano a la realidad, sin ser un cineasta tan realista como Víctor Gaviria; pero Víctor Gaviria no es tan cercano a la realidad tampoco, pues sus actores son reales, pero en el fondo son fábulas, hay algo que va ser fantasía un poco y de pronto viene la poesía. Uno es el producto de lo que ha visto, de lo que ha vivido, de lo que ha sentido, lo que yo sí siento es que mi cine viene de lo que yo he vivido íntimamente y cada vez las películas son menos autobiográficas directamente y cada vez son más personales.

Jorge Rufinelli alguna vez tratando de generalizar el cine latinoamericano decía que la mayoría de historias de este cine tenían que ver con la búsqueda del padre, esa idea está muy presente en su película.

Eso viene del hecho de que yo no conocí a mi papá, él murió antes de que yo naciera y creo que el tema me lo esquivé en los dos cortos anteriores hablando solo de la madre. Como todo el mundo (2007) y Rodri (2013) son sobre mi mamá, pero en Gente de bien (2015) y en todo lo que yo estaba escribiendo desde hace años en Francia hablo de una figura paterna, de un reencuentro entre un niño y un papá. Realmente viene de un inconsciente, de una sensación de infancia, yo no escogí el tema, yo le fui dando forma, y creo que en Como todo el mundo me esquivé esa pregunta porque era un corto, porque no cabía, porque no era el problema y porque lo que yo mejor conocía era la relación hijo madre e hijo. Pero ya no podía contar esa misma cosa, tenía que contarla desde otro punto de vista. Aunque, finalmente, el personaje de Alejandra Borrero en Gente de bien más o menos es el mismo que interpreta mi propia mamá en Rodri y es el mismo de Marcela Valencia en Como todo el mundo. Son personajes inspirados en mi mamá, absolutamente, y el personaje de mi papá está inspirado no sé muy bien en qué, en figuras paternas, en imágenes… el niño soy yo, obviamente.

Sin ánimo de sicoanalizar, pero teniendo en cuenta esa presencia tan fuerte de lo autobiográfico, ¿La idea es tratar de buscar con sus películas unas respuestas o de mostrarle al público esas vivencias?

Ahora me doy cuenta de que miento mucho ante los medios que no son especializados en cine y siempre hablo del público, a mí no me importa el público, o no es que no me importe, pues yo quiero que la gente vea la película, quiero que la gente se identifique, pero el único público que me importa soy yo mismo, yo hago las películas para mí, lo que me daría mucha tristeza es que no haya otra gente que le guste el mismo cine que a mí. Pero entonces yo cuando hago cine lo hago pensando en mí y en que me guste a mí. Es más bien un proceso catártico, casi psicoanalítico. Justamente en Gente de bien empecé un sicoanálisis durante el casting, lo paré durante el rodaje, no lo termine, pero porque sin hacer ese sicoanálisis no terminaba el rodaje, era realmente un proceso puramente terapéutico para lograr rodar la película. Era también una película para salir de ese problema del padre, que no me iba a dejar hacer dos películas, entonces lo afronté como pude, con mucha dificultad, con mucho sufrimiento, espero que la próxima no hable de eso, o seguramente lo hablará de otra forma.

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El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra

Diablos blancos

Oswaldo Osorio


No comparto el entusiasmo desmesurado que ha despertado esta película. Entiendo que el material con se ha construido y los temas que aborda son imponentes desde lo visual y lo espacial, así como significativos en tanto sus contenidos y relevancia ecológica, etnográfica y humanista. No obstante, la percibo como una película con una planificada agenda ideológica, un relato que se conduce por unos causes sin sorpresas, así como una historia, temas y personajes que reconozco de muchos otros filmes y textos. Tal vez esto último no debería ser un reclamo, de no ser por las expectativas creadas por la fuerte campaña que se le hizo como reveladora de un Amazonas inédito o como la primera película contada desde el punto de vista de los indígenas.

La pericia cinematográfica e inteligencia para abordar sus temas que caracteriza al director de La sombra y del caminante (2005) y Los viajes del viento (2009) están también presentes en esta película. Se trata de un relato basado en los diarios de los primeros exploradores que recorrieron la Amazonía colombiana, el alemán Theodor Koch-Grunberg y el estadounidense Richard Evan Schultes, a quienes esta historia les pone una cita con un chamán en dos momentos distintos de su vida.

Este es el primer gran -y recurrente- tema propuesto por el filme: el encuentro entre dos mundos, con todo lo que ello significa, desde el choque de culturas y mentalidades, pasando por la denuncia de los males causados por los unos a los otros, hasta la posibilidad de empatías y aprendizajes mutuos. Es un choque en el que se le da más la voz a los indígenas que a los “diablos blancos”, al menos en el sentido de definir lo que son y culpar a su contraparte. Para conseguir esto, se opta por argumentar con incesantes diálogos cargados de acusadores discursos. Es un relato que pocas veces guarda silencio, con lo que esto implica en términos cinematográficos y en detrimento de ese gran escenario en que se desarrolla.

Narrativamente se trata de una suerte de road movie (ajustada a la selva) en la que un hombre hace un recorrido, casi idéntico, dos veces en su vida, en similares circunstancias y en busca de la misma planta sagrada. La narración se nutre del contrapunto y los paralelismos entre un viaje y otro, entre un tiempo y otro, lo cual unas veces resulta revelador pero otras tantas redundante.

Y si bien dentro de este esquema el argumento prácticamente se reduce al viaje y a la expectativa de encontrar la planta, el peso del relato está en los personajes y la relación que establecen entre sí, condicionados por la búsqueda de conocimiento y por ese universo lleno de sabiduría y misticismo que es la selva. Esta relación se confronta, tambalea y por momentos entra en armonía, pero en definitiva es a través de ella que la película despliega sus ideas sobre las visiones del mundo, la subjetividad del conocimiento y la devastación del Amazonas y las culturas indígenas.

Es una película pretenciosa, en el buen sentido del término, empezando porque logra casi todo lo que pretende, tanto en su propósito de trasmitir con sus imágenes ese avasallador paisaje, como por la sistemática denuncia con la que insiste durante todo el metraje y sus reflexiones sobre la espiritualidad y el conocimiento.

Es una película que, me he dado cuenta, está funcionando muy bien con los espectadores más jóvenes, quienes “aprenden mucho de ella” y se les presenta como “mágica” (las comillas es porque cito afirmaciones de algunos de esos jóvenes a los que considero inteligentes y con criterio). Sin embargo, para este crítico de cine, que tal vez está empezando a envejecer y que ha visto demasiadas películas, no le dijo nada nuevo ni diferente. Más bien me quedo con el Amazonas de La tierra de los hombres rojos (Marco Bechis, 2008), más actual y combativa; o con la de Kapax del Amazonas (Miguel Ángel Rincón, 1982), tan divertida por su ingenuidad y tan elocuente por lo no dicho y por su abuso de arquetipos; o con la selva de Werner Herzog, más visceral y menos didáctica.

El futuro de los festivales de cine en Antioquia

Señores

COMUNIDAD DE CINÉFILOS Y CINEASTAS DEL PAÍS:

Desde hace cinco años la Corporación Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia se ha polarizado en dos grupos (corporados de Santa Fe y corporados de Medellín), en torno a la existencia o no del  Festival de Cine Colombiano de Medellín, que realizamos siempre la última semana del mes de agosto, y que arribaría este año 2015 a la versión Décimo Tercera. A un pedido de la Alcaldía de Medellín, a través del Subsecretario de Cultura Ciudadana, para presentar el proyecto de este año, la gerente, que hace parte del grupo de Santa Fe, contestó, sin consultarle al director ni al grupo de coordinadores, que en el 2015 la Corporación no haría el Festival de Cine Colombiano.

En torno a esta discusión se han ido acumulando prejuicios, equívocos y roces de lado y lado, pero sobre todo se ha impuesto la idea, de parte de algunos corporados de Santa Fe, de que la solución a todos los problemas de la Corporación saldrá de los Administradores de Empresa, un grupo que con su “pensamiento de administradores” ha querido meter en cintura racional al “espíritu del Festival”, haciendo predominar sus decisiones por encima de las decisiones del director y del grupo de coordinadores.

La confrontación entre los dos grupos llegó este año a un punto de no retorno, por lo que los creadores del “espíritu del Festival”, quienes somos Orlando Mora, Adriana Mora, César Alzate Vargas, Oswaldo Osorio y Víctor Gaviria, hacemos pública a la Comunidad Cultural del país, que ama y admira nuestros Festivales, y hace votos para que su existencia se proyecte en el futuro, nuestra renuncia irrevocable a la Corporación Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia, y  anunciamos la intención de constituir una nueva corporación de cine, CORPORACIÓN DE CINE DE ANTIOQUIA. Esta corporación, liderada por nosotros y por un grupo amplio de amigos que nos han acompañado creativamente durante estos años de entusiasmo, comenzará a gestionar la realización de un festival en la ciudad y otro en la región de carácter itinerante, dispuesto a extender el “espíritu del cine” por todos los municipios de Antioquia, en un período de postconflicto en que las imágenes del cine ayudarán, en su medida, a transformar esta guerra social en palabras claras de justicia y entendimiento. Nuestro compromiso será, como siempre lo hicimos en estos quince años anteriores, llevar a estos festivales a los realizadores de cine más importantes de Colombia y del mundo.

Atentamente,

ORLANDO MORA

ADRIANA MORA

CÉSAR ALZATE VARGAS

OSWALDO OSORIO

VÍCTOR GAVIRIA

Mandarinas, de Zaza Urushadze

La guerra cítrica

Oswaldo Osorio


Toda película sobre la guerra es pacifista. Claro, esta sentencia excluye el cine de consumo, que tiende a ser guerrerista y apologético. Pero el cine que pretende ser reflexivo y de base humanista, no puede hacer otra cosa que alegar contra la crueldad y lo absurdo de la guerra. Así lo hace este filme producido entre Estonia y Georgia, el cual se desarrolla en la guerra de Abjazia (1992) y que confronta el sinsentido bélico con la ética irrefutable de un viejo que se halla en medio de ese conflicto.

Se trata de un argumento que ya se ha visto en películas como En tierra de nadie (1995) o Kukushka (2002), en el que dos enemigos, un checheno y un georgiano en este caso, terminan compartiendo el mismo espacio, por lo que la tensión constante y agresiones solo son contenidas por una circunstancia mayor a su odio: Sus heridas y el agradecimiento a un viejo estonio que les salvó la vida, mantienen la fragilidad de un ambiente que amenaza con explotar en cualquier momento.

La cosecha de mandarinas que el viejo y su amigo quieren recoger es la forma en que la historia da cuenta de una cotidianidad perdida y de ese bucólico paraíso que la guerra les arrebató. Por alguna razón que la película no explica (y que tiene que ver con una singular conexión cultural entre estonios y georgianos a pesar de no compartir fronteras), un pueblo de estonios termina en medio de aquella guerra y, aunque muchos se van, otros pretenden continuar con su vida, tomando el té y recogiendo mandarinas.

Pero la esencia de la historia está concentrada prácticamente en una habitación y en tres personajes, los dos enemigos y el viejo. Luego de este planteamiento, que aparece muy pronto en el relato, la verdad es que el asunto se hace bastante predecible, no solo porque es fácil leer los componentes de la situación y la dirección que tomará, sino también porque ya se conocen otras películas así, como las mencionadas antes.

Pero lo predecible solo le quita un poco de la emoción y la tensión que se produce por el roce y el conflicto entre los personajes, porque en esencia se trata de un relato bien construido, con una puesta en escena que hace de la sencillez una virtud, pero sobre todo, una historia de una gran contundencia en sus planteamientos éticos de cara a las arbitrariedades de la guerra y a su poder para trastocar la moral aun de los hombres más nobles y sensibles.

Una condición mínima para un buen relato, para una historia que quiere decir algo significativo sobre la vida o la naturaleza humana, es la transformación de sus personajes, pero una transformación que revele una verdad o el conocimiento al que acceden debido a las circunstancias. Este elemento es el más llamativo al final de la película, el más elocuente en su propósito y por lo que vale la pena ver esta película.

VARTEX 2015: Programación

III Muestra de video y experimental de Medellín

La tercera versión de VARTEX, que se realizará entre el 11 y el 16 de mayo, mantiene su compromiso de propiciar un espacio para el video arte, el experimental y en general las expresiones relacionadas con los nuevos medios. Para este año su programación cuenta con muestras, retrospectivas, conferencias, cursos y laboratorios, actividades que en su mayoría, para esta edición, estarán centradas en la video danza.

Con la riqueza expresiva propia de la combinación entre la belleza de la danza y el lenguaje del video, la video danza es una de las más importantes y frecuentes modalidades en que se da la relación del arte con la imagen en movimiento. Por eso VARTEX ha programado una retrospectiva de la video danza en Colombia y una muestra de trabajos internacionales, además de una conferencia y un laboratorio sobre el tema.

La programación la complementa una muestra de video de Medellín, con la que año a año este evento pretende hacer el inventario completo de lo realizado en esta ciudad. Así mismo, un curso de apreciación de video arte y experimental, y una retrospectiva de Santiago Echeverry, pionero del video arte en Colombia y uno de los más reconocidos investigadores y creadores de los nuevos medios, no solo en el ámbito nacional sino también internacional.

Mr. Kaplan, de Álvaro Brechner

El viejo y el nazi

Oswaldo Osorio


Los nazis ocultos en América Latina, por  lo general, han dado para algunos interesantes thrillers en el cine, sobre todo argentinos y brasileños. Esta película uruguaya usa este tema para proponer otro tipo de historia, la de un viejo judío que se empecina en cazar a un nazi que supuestamente vive en una playa cercana.

Entonces la propuesta narrativa y de puesta en escena de esta película, más que un thriller, está cerca de ese cine de personajes y de tono realista que ha sido en el que se ha destacado el cine del Cono Sur en los últimos tiempos, y al que Uruguay ha aportado significativos títulos como 25 watts, Whisky, Acné, Gigante, Tanta agua, entre otros.

Si bien la caza del nazi carga con el peso argumental, el énfasis del relato está en la relación del protagonista con su familia y, sobre todo, en las recientes dificultades por su condición de viejo. Así que, sin perder de vista el conflicto del nazi (que por momentos parece infundado), el conflicto real está en su lucha por conservar su libertad frente a los cuidados y dudas de su familia, así como en mantener una dignidad y lucidez que la vejez parece empezar a arrebatarle.

De manera que el relato permanentemente se está balanceando entre estos dos asuntos. De un lado, la historia del nazi, un poco ligera e inverosímil y muy en tono de comedia seria y absurda; y del otro, las serias adversidades existenciales del viejo. El problema es que el filme no se decide por lo uno ni por lo otro y la inconsistencia de género (pues no cuaja como drama ni como comedia) termina por desconcertar y hacer perder el interés en lo uno o lo otro.

Igual ocurre con otro componente importante del relato: el escudero que consigue el viejo para llevar a cabo su misión. Un personaje muy llamativo y emotivo, pero igual de ambiguo que la trama y el protagonista, pues al tiempo que está cargado de una jocosidad y un carácter casi caricaturesco que le quita peso, también arrastra un fuerte conflicto por su condición de fracasado y abandonado por su familia.

Habría que cuestionar, entonces, si el éxito que ha tenido esta película en su país y en parte de Latinoamérica, sea a causa de, justamente, ese término medio en que se ubica su propuesta entre, por una parte, la comedia ligera y un poco absurda y, por otra parte, un drama que reflexiona sobre la vejez, las relaciones familiares y las expectativas en la vida. El caso es que, al menos en la lógica de la construcción argumental, narrativa y de género, esa combinación solo puede ser asumida como errática e inconsistente, cuando no como complaciente con la amplitud de un público que puede pescar de un lado y del otro.

El elefante desaparecido, de Javier Fuentes-León

Rompecabezas con exceso de piezas

Oswaldo Osorio


El thriller parece no dársele bien al cine latinoamericano. Con esfuerzo se pueden citar un grupo no muy numeroso de películas que han estado a la altura del género más constante y recurrido de la historia del cine. Por lo general se antojan demasiado simples y predecibles o, justo por evitar eso, tan complicados que se hacen ininteligibles, cuando no es que naufragan en el intento por combinar equilibradamente la identidad regional con los esquemas del género en Hollywood.

A esta condición podría sumársele otra que resulta cuando se trata de coproducciones de cine de género (la película está hecha entre Colombia y Perú), pues son productos pensados con unas intenciones comerciales más ambiciosas, películas que abarcan un público mayor, idealmente latinoamericano, pero al menos de los dos o tres países participantes. Esto casi siempre ha determinado que estas historias queden en un limbo dramático y representacional entre la falta de una identidad concreta y los gruesos esquemas y estereotipos propios del cine de género (eso sin mencionar la disparidad de acentos).

El elefante desaparecido (2014) encaja en esta descripción, eso a despecho de la expectativa que se tenía con Javier Fuentes-León, cuya anterior película, Contracorriente (2009), es uno de los mejores filmes que se han hecho en los últimos años en el cine latino. En este nuevo filme está también ese pulso firme  para la puesta en escena (atmósferas e interpretaciones principalmente), pero forzado a las reglas del cine de género, por lo cual se antojan artificiales sus personajes y situaciones.

Pero todo esto parte de un guion que está cargado de artificios, con recursos harto transitados en los thrillers, como la idea del rompecabezas, del otro yo, la incertidumbre entre realidad y ficción o las pistas que van llegando a la manera de una carrera de observaciones (tipo Seven o Ángeles y demonios). Y si bien estos son elementos comunes en el género, el problema es que aquí están todos juntos, dándose estrujones unos con otros y confundiendo al espectador, pero no en el sentido habitual del thriller, de crear falsas pistas y suspenso, sino que es una desorientación en la lógica en que funcionan las cosas.

Se trata de la historia de un escritor que, mientras busca a su esposa desaparecida, quiere matar al personaje que lo ha hecho famoso. Los dos conflictos están unidos por esos recursos antes mencionados pero de forma complicada y a veces ininteligible, razón por la cual el espectador casi siempre está desentendido de lo que ocurre en la pantalla y por eso poca o ninguna empatía siente por su protagonista. Solo al final participan al espectador en la trama y el misterio dándole una rápida y poco satisfactoria explicación de lo sucedido, pero para entonces, el público ya ha abandonado la historia, aunque siga sentado en la butaca.