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Seguro vas a llorar, pero te animarán los vecinos y vas a prepararte para volver. Te pondrás un escapulario, guardarás en tu bolsillo la estampita de la virgen de Monguí, te pondrás tenis, llevarás un saco de lana y le avisarás a tu familia que llegó el día, que vas a volver.
En Cúcuta encontrarás un amigo que te lleve al pueblo, estarás tres horas buscando los recuerdos que se han quedado en la carretera y el corazón se te querrá salir cuando pases por el viejo Gramalote y aún sientas tristeza. Las ruinas te espantarán, a mí también me espantaron. Justo ahí vas a llorar. Seguro les dirás a todos que estas triste, yo también estuve triste, pero calma, respira profundo, y sigue de largo. En menos de 20 minutos aparecerá tu nuevo pueblo, tu nueva vida. Estarás sonriendo, llegaste a casa.
Volver, solo eso, volver. La ruta la tienes clara, te la sabes de memoria, y aunque saliste sin tus cosas el 17 de diciembre de 2010, cuando la avalancha se fundió con el pueblo, no alcanzaste a llevarte el álbum con las fotos de aquel cumpleaños ni empacaste el televisor ni las ollas. Te hiciste valiente y hoy vuelves sin miedos. ¡Salvaste tus recuerdos!
Sabes que tu Gramalote apareció en el mapa de Colombia justo el día en que una avalancha lo enterró. Sabes también que este será un fin de año feliz porque el 20 de diciembre inicia el retorno y los villancicos sonarán igual que antes porque los vecinos volverán a ser los de siempre. Qué bueno será verte feliz. Este regreso será lento, tus paisanos, los 4.500 de tus vecinos que están viviendo hoy por todo Norte de Santander, empezarán a regresar, uno a uno.
Tú Gramalote fue la promesa pendiente, el anuncio de prensa, tu lágrima, tu insomnio. Tu Gramalote es hoy baile y comida y polvo y arena. Una obra que se alza al filo de una montaña fría, tu suspiro.
Esperanza de Serna lleva cinco años sin un arbolito de Navidad. A veces, algún buen vecino le presta uno y ella lo arma y le pone luces y bolitas de colores, pero ese no es su árbol y esa no es su casa. Por eso su sueño es simple: comprar uno y ponerle muchas luces, hacer un pesebre que ocupe parte de la sala, que los amigos vuelvan y que de una vez, el recuerdo amargo de la Navidad de 2010 desaparezca, como un acto de magia, desaparezca, sin dolor.
Dice, mientras camina por el parque del nuevo Gramalote, que hoy vino al pueblo porque su esposo la llama a decirle que había fiesta. Ella no le cree, pero apaga el fogón, deja el almuerzo a medio hacer, busca su mejor camisa, se echa perfume, se pone la medallita de la Virgen, busca un amigo que la lleve y va y mira qué es lo de la fiesta. Y entonces, vuelve.
Con ella vuelven los recuerdos amargos. Sin ninguna pregunta, Esperanza cuenta que el piso de su vieja casa comenzó a levantarse, que en lo único en que pensó fue en sacar la cama y el comedor. No empacó la ropa ni el cepillo de dientes. Así empezó la travesía de su familia: durmieron unas noches en Santiago, un municipio cercano, y de ahí comenzaron a vivir en casas de familiares en Cúcuta. Pasaron de tenerlo todo, a esperar que les dieran todo. Esperanza llora cuando lo cuenta: “Me deprimía mucho al verme así. Ahora me entusiasma pensar que este pueblo será de mis nietos y que estos años difíciles no se repetirán”.
La fiesta de la que habla Esperanza es una invitación que les hace el Fondo Adaptación para que vean los avances de la obra y hablen con sus vecinos. Una fiesta, sin duda. Esperanza se para entonces en la esquina del parque y dice que está feliz porque “todo esto está muy bello. Aquí hay vida. ¿Usted cree que la gente va a venir a visitarnos cuando todos volvamos?”.
Esa misma pregunta se la ha hecho el gerente del Fondo Adaptación, Iván Mustafá, y él está convencido de que sí, de que Gramalote se convertirá no solo en un destino nacional si no internacional. ¿Por qué? Porque es un pueblo que se construyó desde cero, porque su gente es guerrera, porque han sabido esperar. Al fin de cuentas, es un pueblo en el que la comunidad ha decidido la ubicación de sus casas, en el que los vecinos aprendieron a escucharse. Gramalote se convertirá en una ciudad emblemática, dice Mustafá, y agrega, sentado en una banca del nuevo Gramalote, que el avance de la obra es del 65 por ciento, que hay 150 casas terminadas y que está listo el acueducto. Varias docenas de trabajadores avanzan en la construcción de la Alcaldía y de la plaza de mercado. Está casi terminada la carretera de acceso. “El reto que tenemos es la reactivación económica de la población. Ya los gramaloteros, y el país en general, han ido entendiendo que no se trata de construir un barrio, son 16, más todo lo que comprende el municipio. Luego aquí lo que estamos haciendo, en tiempo récord, es una muy buena obra”, explica.
Entre los pendientes que tiene la Gobernación están la construcción de un polideportivo, de una casa de la cultura, de la casa del campesino y de un punto Vive Digital. Va tomando forma.
La casa
En el nuevo pueblo, encontrarás mucho polvo, algunas cosas están sin pintar y otras apenas tienen las columnas. Habrá muchas volquetas y docenas de trabajadores estarán concentrados tratando de terminar la Alcaldía y el mercado. Te dará sed y no habrá tienda. No encontrarás la iglesia ni el hospital, debes tener paciencia, en unos meses los verás. Podrás caminar por todo el parque y podrás entrar a cualquiera de las casas. Te encontrarás con una pequeña cocina, una sala, dos habitaciones, un baño y un patio grande. Puedes ir pensando que ahí pondrás muchas matas. En el zaguán podrás recibir las visitas y poner sillas para ver morir las tardes.
Te encontrarás con los amigos de infancia y preguntarás por sus hijos. Claro, en algún momento comenzarás a comparar los dos Gramalotes y cuando descubras que ya han pasado seis años y que no vale la pena, te gustarán las flores nuevas que pusieron en los materos del parque. Estarás feliz con la brisa fría.
Glorias Inés Cáceres busca una silla plástica y la pone al frente de la que ella dice es su casa. Arranca una hoja de un cuaderno, saca un marcador y escribe algo. De repente, en la puerta de la casa, ubicada justo al frente del nuevo parque, hay un letrero que dice: “Familia Cáceres Yáñez”. Dice que quiere una foto y se para justo al lado del letrero, sonríe.
Advierte que no quiere hablar del pasado porque hoy es un día feliz y que hay que empezar a olvidar. “Al fin ya se puede ver el pueblo, ya tenemos nuestras casas, ver nuevamente a nuestros vecinos, eso me hace feliz. Hay cosas que me ponen muy triste, esa es la verdad, pero hoy estoy sentada al frente de mi nueva casa y de mi nueva vida y es lo único que importa, estar acá, sentir mi nuevo aire, dejar que la brisa llegue, ver las nuevas flores, el resto ya es pasado”.
¿Y empezar cómo?, ¿cómo recuperar los recuerdos?, le digo. “Es difícil, claro que es difícil, perdimos nuestra patria, perdimos nuestra tierra, perdimos todo, pero eso no quiere decir que no podamos volver a empezar. Mis amigos siguen vivos y Dios nos quiere como pueblo. Vamos a volver, ¿quiere venir a tomar café?”.
Desde siempre en estas tierras se siembra café y sorbo a sorbo se ha regado por toda la región. Es famosa su amargura. También volverá el café, volverá el sancocho de gallina, los pastelitos de yuca, los tamales, las empanadas de la esquina de la iglesia. Las fiestas tradicionales iniciarán el 15 de diciembre y terminarán en enero con las comparsas. Vuelven los recuerdos bonitos, vuelven.
Así es, ser selectivos con los recuerdos, sí, esa es la apuesta de Roberto Peñaranda, un gramalotero que cuenta él es uno de los grandes admiradores de este pueblo, entonces todo lo ve bello. “Quiero que escriba que yo, un campesino gramalotero, veo un pueblo moderno, hecho para un mundo moderno. Lo que se acabó, se acabó y hoy tenemos esto, una nueva vida”, dice Roberto, quien lleva botas, machete y sombrero.
Volver
Estarás bailando carranga al finalizar la tarde y a estas altura ya te querrás quedar, estarás pensando en que en Cúcuta comprarás un nuevo árbol de Navidad y que llamarás a todos para que diciembre vengan y pasen contigo una Noche Buena feliz. Te quedarás pensando en que las casas son muy pequeñas y aunque puedes enojarte, optarás por agradecer. Te gustará la idea de que la iglesia tenga la misma estructura de antes, que los vecinos hayan vuelto con los chistes de siempre y los remoquetes de niños. Pensarás en que te gusta el nuevo paisaje y las nuevas visitas y justo ahí sentirás, caramba, que ya eres de acá.