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Hace más de 20 años, antes del inicio del siglo XXI, Colombia tuvo una época dorada en su ámbito farmacéutico: en el país se producían vacunas para el consumo local y se exportaban biológicos a más de 20 países de Centroamérica, Suramérica, el Caribe y África.
Esto, según un texto escrito por Martha Lucia Ospina, directora general del Instituto Nacional de Salud (INS), y publicado por la revista Colombia Médica, de la Universidad del Valle, en mayo de 2020.
Según narra Ospina, en los laboratorios del INS se elaboraban anualmente millones de dosis de vacunas contra la fiebre amarilla, la rabia, la difteria y el tétanos, entre otras.
Con esos antecedentes, surge una duda que cobra relevancia cuando Colombia atraviesa por un pico de muertes que dejó un récord de 450 personas fallecidas en las últimas 24 horas según el reporte del Ministerio de Salud con corte a ayer: ¿Por qué el país ahora no produce ni desarrolla vacunas?
La respuesta es simple a la luz de lo que explican Ospina y los especialistas consultados para este informe. “A finales del siglo XX el país empezó a vivir una crisis económica y decidió que era más rentable empezar a importar todos estos insumos médicos que dejar abierto un laboratorio para ello; entonces, el Gobierno argumentó que la producción de vacunas era inviable”, explica Diego Rojas Vahos, director del Centro de la Ciencia y la Investigación Farmacéutica y jefe del programa de Química Farmacéutica de la Universidad CES.
El cierre de aquel laboratorio no fue un problema evidente hasta 2020. La oferta de medicamentos y suplementos era abundante, según cuenta Rojas, pero llegó la pandemia y, “en ese proceso de importación, los países cerraron fronteras haciendo que, quienes no producíamos guantes, mascarillas, alcohol, y menos vacunas, quedáramos esperando lo que viniera”.
Así las cosas, el reto que impuso la pandemia dejó al descubierto un problema de soberanía farmacéutica, que deja a países como Colombia con las manos casi que atadas y a merced de lo que otras naciones puedan ofrecer. “De ahí surgió la idea, y la necesidad, de nuevamente produccir vacunas”, añade Rojas.
Casi un año después del inicio de la pandemia fue el mismo presidente de la República, Iván Duque, quien instó a la industria farmacéutica y a las instituciones académicas a buscar un desarrollo local de múltiples biológicos.
“Hoy una pandemia despierta al mundo y nos damos cuenta que tener la posibilidad de producir vacunas no es un tema de análisis de competitividad, sino casi que una necesidad de soberanía en términos de salud pública”, dijo Duque en febrero de este año. A ese llamado se sumó la Alcaldía Mayor de Bogotá para aunar esfuerzos y luchar por ese objetivo en común desde múltiples escenarios.
Fue después de esos llamados que la Asociación Colombiana de Programas de Farmacia empezó a identificar los equipos de investigación, laboratorios y capacidad industrial que tiene el país para encaminarse en esa búsqueda. “Con esos insumos, elaboramos un documento para evaluar la capacidad de investigación, producción y desarrollo de vacunas, obteniendo excelentes resultados”, explica el presidente de esa agremiación, Harold Alberto Gómez Estrada, PhD en Química de Medicamentos y decano de la Facultad de Ciencias Farmacéuticas de la Universidad de Cartagena.
Según Gómez y Rojas, ese análisis les permitió tener la certeza de que el país tiene tres puntos claves para la creación de vacunas: el primero es que cuenta con entes reguladores que pueden vigilar el proceso. “El Invima, por ejemplo, es un ente regulatorio colombiano muy exigente y de muy buena reputación regional”, asegura Rojas.
Un segundo punto es la infraestructura farmacéutica que, desde la perspectiva de Gómez, tiene todo lo necesario para producir vacunas a gran escala si se reúnen los laboratorios privados que existen en el país.
Y el tercero es una capacidad académica con universidades, centros de investigación y laboratorios capacitados para desarrollar fórmulas y hacer los ensayos clínicos propios de un avance científico como este.
Ahora bien, “el país tendría que decidir si va a empezar a fabricar su propia vacuna o si va a replicar una fórmula desarrollada por otros”, dice Gómez.
El primer camino ya fue adoptado por múltiples países alrededor del mundo. Para el caso de Latinoamérica, por ejemplo, el gobernador de Sao Paulo, Joao Doria, anunció desde el pasado 26 de marzo que “el Instituto estatal Butantán está desarrollando una vacuna contra la covid-19 que se probará muy pronto en humanos”.
De igual modo, Cuba anunció que está ensayando cuatro candidatas a vacunas desde febrero de 2021. De hecho, la llamada Soberana 02, podría entrar a fase III antes de mitad de este año, con lo que estaría muy cerca de ser aprobada para su uso masivo. Así lo aseguró BioCubaFarma, el grupo empresarial que lidera la investigación, a través de un comunicado.
Sin embargo, los especialistas concuerdan en que el camino más viable, teniendo en cuenta la urgencia del biológico, “es que se libere una patente y podamos replicarla en el país. Con ese avance, nos demoraríamos aproximadamente un año para estar aplicando nuestras primeras dosis hechas en Colombia”, dice Rojas.
Si no la liberan, se tendría que tomar un camino más largo. “A esos 12 meses de construcción y producción se le sumarían de 6 meses a un año más para crear una vacuna desde cero”, agrega Rojas. De ahí la petición a nivel nacional e internacional para que las farmacéuticas liberen sus fórmulas en un acto humanitario.
En todo caso, para que la vacuna “made in Colombia” empiece su verdadero curso, “se necesita de una unión libre de egos en la que trabajemos de la mano la industria farmacéutica nacional, el Estado, los grupos de investigación y las instituciones universitarias. Ya están las capacidades, falta la decisión”, concluye Rojas