La música, ese lenguaje universal que a través del tiempo ha servido para cantarles a enamorados, a la tierra, al trabajo y a otros sentimientos del ser humano, se ha convertido en un instrumento de reconciliación y perdón.
Víctimas del conflicto armado y excombatientes de los distintos grupos armados decidieron usar este lenguaje para sanar las cicatrices que las hostilidades les dejó, y decidieron unirse a aprender música, crear un coro y preparar canciones para la época navideña que se avecina.
Dice Alfredo Hernández, integrante del coro y líder del equipo sicosocial de la dirección territorial Antioquia de la Unidad de Víctimas, que lo que se busca con este coro es tener una iniciativa real de reconciliación entre quienes se encontraron alguna vez en medio de la guerra, sea en los bandos contrarios o como víctimas de sus acciones.
“Esto es una acción de reconciliación entre personas víctimas y excombatientes a través del arte, específicamente la música, y muy puntualmente el coro, porque vamos a acompañar en diciembre a la Orquesta Filarmónica de Medellín en una representación en el Teatro Metropolitano y en otros eventos en Navidad”, comentó Hernández.
Cuenta este líder de la Unidad de Víctimas, que el coro se ha ido conformando con personas de distintas edades y lo han hecho sin señalamientos ni rencores, solo con el afán de aprender a cantar.
Llevan tres ensayos
En el coro, Jorge Armando Escobar Rendón encontró un aliciente para olvidar un pasado doloroso en el que por culpa de los violentos tuvo que desplazarse tres veces, la última de ellas, en el 2007 cuando uno de los grupos ilegales intentó reclutarlo para que le sirviera de mandadero, o como se conoce en el argot delincuencial, de “carrito”.
Salió de su lugar de residencia y se instaló en un municipio de Antioquia, desde donde viaja cada sábado a ensayar. Cuenta que su voz clasificó como soprano y hasta ahora llevan tres ensayos.
“Hemos aprendido a entonar las notas, a hacer ejercicios de vocalización con la palabra ‘lululu’ y ya tenemos algunas lecciones básicas de música”, explica Jorge.
Este hombre de 33 años de edad no tiene ningún inconveniente en compartir el aula de clase con los que alguna vez pudieron ser los responsables de sus tragedias, y aun así, ve en esos espacios un sitio para sanar dolores y aprender que al frente no tiene un excombatiente “sino una persona, un ser humano que se equivocó muchas veces. Ahí es donde uno tiene la capacidad de perdonar y sanar el dolor que le provocaron”.
No importa el origen
El coro, integrado por víctimas y personas en proceso de reincorporación, es visto bajo la batuta de la Orquesta Filarmónica de Medellín como un proyecto en el que no caben las etiquetas de víctimas o excombatientes, no importa el origen ni las dificultades que han pasado sus integrantes.
Ana Cristina Abad Restrepo, directora de la Filarmónica, insiste en que lo más importante de este coro es la oportunidad para estos ciudadanos que les gusta cantar y pueden desarrollar ese talento, todo bajo la premisa del poder transformador de la música.
“Más allá de apostarle al posconflicto, lo que buscamos es cómo podemos unir esfuerzos a través del poder que tiene la música. Hay una gran oportunidad y es darle a esas personas, independiente del origen y de las dificultades que han pasado, una rato de alegría, de placer y una motivación para sentir que ellos son buenos en lo que hacen y pueden hacer felices a los que los van a escuchar”, dice Abad.
El poder de la música ha podido unir naciones y personas de distintas creencias, como sucede con la Orquesta de Daniel Barenboim, que logró juntar a músicos israelíes y palestinos; y hoy, con ese mismo poder ha llevado a que en Medellín se unan víctimas y excombatientes en un solo canto por la reconciliación.