No es una metáfora ni una hipérbole, dice el periodista Alberto Velásquez Martínez, cuando cuenta que creció entre la tinta y se untó las manos de ella. Desde niño acompañó a su abuelo, quien era agente y corresponsal de El COLOMBIANO en Santa Fe de Antioquia. Estuvo al lado de él viéndolo escribir las noticias que enviaba a Medellín. Le ayudaba porque “ya estaba un poco cegatón”.
“Era un rito muy lindo”, cuenta Velásquez. Los periódicos llegaban al pueblo a las 11:00 a.m. y los llevaban a la casa para contar los ejemplares. Luego iba el repartidor y, a veces, Alberto ayudaba a distribuirlos entre los vecinos.
El calor del pueblo provocaba que la tinta se hiciera más endeble, lo tiznaba y le impregnaba su aroma. Por eso dice, ahora sí a modo de metáfora, que al periódico le sacó “el olor y el sabor tan agradable”, y en su relación con el impreso también gozaba oyendo las melodías que los linotipos (las máquinas que se usaban para imprimir) creaban cuando estaban encendidos al mismo tiempo. “Esa música era lindísima, todos los linotipistas sacando las letricas, era una belleza”.
Desde la publicación de su primera columna en EL COLOMBIANO, hasta hoy, han pasado 57 años. Esa trayectoria la reconocerán con el premio A una Vida que otorga esta noche el Círculo de Periodistas y Comunicadores Sociales de Antioquia, Cipa.
De esa primera entrega recuerda que fue sobre José Figueres Ferrer, “una expresidente de Costa Rica, un hombre de izquierda que fue atacado por el periódico El Siglo”, comenta. Alberto decidió estudiar el tema y de su reflexión salió la primera columna que hoy conserva porque Martha Ortiz, directora de este diario, se la regaló.
En el periodismo, a Alberto le han gustado esencialmente los temas económicos, por esa razón estudió economía. Fue durante el pregrado que empezó a ejercer como periodista, primero con la fundación del periódico El Economista y luego, siendo aún estudiante, trabajó como redactor en El COLOMBIANO, donde ya contaba con experiencia como columnista, una labor que todavía ejerce en su columna Escotilla.
Columnas ha tenido muchas y con diferentes nombres. Entre risas se denomina el decano de los columnistas de El COLOMBIANO. También escribió reportajes literarios en el suplemento dominical del periódico, entre ellos uno sobre Gonzalo Arango, fundador de Nadaísmo, y de Héctor Abad Gómez. Fue, además, subdirector y director encargado de la misma casa editorial; y algo que lo honra, asegura, es haber pertenecido al grupo de fundadores de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Pontificia Bolivariana.
El oficio
Su pasión por el periodismo no solo surgió por acompañar a su abuelo. Su padre fue maestro de escuela, “un hombre muy culto”, comenta él, y añade que igual trabajó en EL COLOMBIANO, aunque como corrector de pruebas y de estilos.
Además de la prensa, Alberto Velásquez Martínez ha estado en la radio, fue codirector nacional de Todelar; y en la televisión tuvo el programa diálogos, en el cual aprovechaba para hablar con diversos personajes.
De todas maneras, Alberto prefiere el periodismo escrito, “me siento muy cómodo, es más reflexivo y hay más tiempo de decantar”, si bien considera que la prensa es efímera, “lo que sale hoy ya no es actual mañana”.
Por eso cree que tal vez no guardó ninguna de las columnas o de los artículos que escribió en todos estos años de carrera, los mismos por los que hoy le rinden homenaje.
Si no está escribiendo, probablemente esté hablando de El Quijote, tal vez en una universidad, porque ha estado dando cursos sobre los 400 años de la muerte de Cervantes. El periodista expresa que quizá tuvo ese libro cuando era niño, a los 10 u 11 años, pero que no fue hasta 1983 cuando lo profundizó y desde eso no ha parado de reflexionar sobre él. Por estos días lee Casa de Leones de Fernando Savater y La sangre de los libros de Santiago Posteguillo, “muy lindo ese libro”.
Disfruta de las tertulias con sus amigos, en ellas comenta que “componen y descomponen el país”, y como sabe de economía cree por el alto déficit fiscal, el déficit de la balanza cambiaria, la deuda externa y la inflación hay dificultades, “pero no estamos en el infierno”.
Alberto, dice, es un hombre de muchas dudas. “La duda es la almohada de los hombres despiertos, soy un escéptico por formación”, pero entre tintas, las que lee y las que escribe, trata de disiparlas, al menos de llegar al convencimiento.