No muchos la resisten y la imagen de gente saliéndose se repite en las salas de cine: no todos los asistentes que entran a ver La casa de Jack se quedan hasta el final. Algunos medios especializados han calificado la película con apelativos como vil, repugnante, vomitiva y patética. Durante el estreno en mayo pasado en el Festival de Cine de Cannes, al que llegan largometrajes de toda índole, varios críticos y personas de la industria se salieron. Quienes la terminaron de ver la ovacionaron durante varios minutos. Y eso es lo que pasa con el trabajo de Lars Von Trier, su director: lo quieren o lo odian. No hay punto medio.
Si no ha visto la cinta, alerta spoiler. Durante casi tres horas el director hace un perfil de un asesino en serie que ataca a sus víctimas, especialmente mujeres y niños, con violencia enfermiza. Jack va acumulando cadáveres como si fueran trofeos en una nevera de carnicero y el espectador va conociendo lo que pasa por su mente, sus pensamientos misóginos y compulsiones.
No es únicamente un retrato de un asesino. La película es atravesada por referencias como la pintura La balsa de la Medusa, de Théodore Géricault; a Albert Speer, el arquitecto del Tercer Reich; los artistas Klimt y Botticelli con las que el protagonista identifica sus asesinatos con la belleza y el arte. Fin del spoiler.
Este es solo un último ejemplo de su trabajo. A sus 62 años, luego de 12 largometrajes producidos, ¿qué tiene el cine de Lars von Trier que enamora a unos y aterroriza a otros?
Los orígenes
Lars von Trier (Copenhague, 1956) se dio a conocer mundialmente con dos cintas, Rompiendo las olas (Contra viento y marea, según la traducción), acerca del sacrificio de una mujer y su martirio sexual, y Los idiotas, en la que los actores fingen ser deficientes mentales con escenas de relaciones carnales explícitas.
Ambos largometrajes le mostraron al mundo las bases del movimiento Dogma 95 (ver recuadro), con el que pretendió volver a la historia, la actuación y el tema como fundamento de su cine, por encima del uso de artilugios tecnológicos o efectos especiales.
Con ese movimiento los directores daneses Lars von Trier y Thomas Vinterberg (Festín o Celebración) querían purificar el séptimo arte rechazando los costosos efectos especiales, modificaciones de posproducción y otros trucos técnicos. El “decálogo” incluía no usar trípode (todo a cámara alzada), grabar en locaciones reales sin filtros o efectos y no filmar largometrajes de género –muchos de los postulados que ellos mismos no cumplirían luego–.
“Buscaban un cine distinto a partir de una serie de reglas de carácter técnico”, explica el crítico y profesor Carlos Mario Pineda.
Carlos Mario cree que Dogma, no obstante, fue una disculpa para mostrar un tipo de cine al que no se le ponía atención. Para el especialista, ambos directores estaban buscando contar las cosas de las que ningún realizador se había atrevido a hablar. “Podrían haber hecho sus películas, pero sin la excusa de cambiar la forma con el manifiesto Dogma 95, no lo habrían logrado”, explica.
Un autor polémico
Cada nueva cinta del guionista y director danés ha generado una nueva polémica frente a la anterior. Bailarina en la oscuridad mostró la ejecución de una bailarina (Björk) que estaba perdiendo la vista. Dogville habló del límite y los maltratos que recibe una mujer (Nicole Kidman) por obtener refugio; Anticristo es un thriller psicológico que plantea temas como el miedo y la culpa en el ser humano; Melancolía enseñó los rasgos de este estado mental pasando por el fin del mundo, y Ninfomanía siguió las angustias de una mujer adicta al sexo (en dos volúmenes).
A sus particulares temáticas se añade que sus largometrajes están por fuera del metraje comercial (filmes casi de tres horas) y es generalmente reflexivo: hace cuestionamientos morales sobre la naturaleza del bien y del mal, la violencia y los miedos del hombre.
Tampoco es un autor anónimo. A lo largo de sus filmes Lars von Trier ha mantenido una línea que lo distingue como un autor a través de sus temas y su estilo. A esto lo ha acompañado el personaje polémico que es él mismo ante los medios y la industria.
En 2011, durante el festival de Cannes, dijo en una conferencia de prensa que “entendía a Hitler”, aunque más adelante aclaró que había sido malinterpretado por esa broma de mal gusto. Por esto fue declarado como persona non grata y fue expulsado del festival.
A finales de 2014, grabó un video en el que se arrancaba de la boca una cinta adhesiva, un símbolo de que ya no quería seguir callando y que iba a seguir con sus polémicas declaraciones sin limitarse. Ese año confesó al diario danés Politiken que hizo todas sus películas bajo el efecto del alcohol o las drogas y que estaba en tratamiento.
Amor-odio
Para Pineda, el danés es un director odiado porque se atreve a poner de frente y “sin edulcorantes” problemas que la sociedad no quiere aceptar en la vida cotidiana, como la teología, el sexo, el sufrimiento, la política, la muerte, el nihilismo, el amor y la venganza.
“Quienes lo amamos lo hacemos porque integró la forma y el contenido, como en Bailarina en la oscuridad o Dogville, en las que reescenifica y juega con las imágenes visuales”, explica el profesor.
Esta misma condición ha hecho que tenga muchos detractores. La guionista colombiana Carol Ann Figueroa le siguió la pista hasta Dogville, en parte porque era una novedad eliminar los límites físicos durante la narración. Sin embargo, cuando estuvo en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, en Cuba, conoció a otros del Dogma y para ella Lars von Trier empezó a perder brillo. “Ahora percibo su trabajo como un artificio (contestatario y rudo, pero artificioso). Siento que no lleva a pensar al espectador más allá de la mera controversia”.
En La casa de Jack pone en escena eso de lo que ha hablado su filmografía: crueldad, degradación, deshumanización. Algunos se quedan y otros se van, como siempre. Finalmente es un director que no pasa desapercibido.