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El teatro Matacandelas es como un lugar sagrado para Cristóbal Peláez, el hombre que lo fundó hace 43 años y, desde entonces, dirige a los actores y actrices que han pasado por sus tablas, presentándose ante la mirada curiosa de cientos de espectadores que se han acercado a esa vieja casa ubicada en el centro de Medellín.
A este lugar, donde cada noche sucede un viejo acto de espiritualidad, como describió alguna vez Juan José Hoyos, llegó la revista Generación con un par de miradas y un lente curioso. Allí, conoció lo que este espacio significa para Peláez.
“El teatro siempre está requiriendo un espacio, siempre será como un espacio sacro, donde uno se divierte, donde uno comparte el ideal, el itinerario estético con los otros”, afirma el director del Matacandelas sobre el lugar que define como “muy colectivo” y “de ritual”.
Además, hace cuentas: en este espacio se han dado unas 9.000 funciones públicas a lo largo de 43 años. Cada acto implica, al menos, cuatro horas de preparación, presentación y desmontaje. ”Estamos hablando de años encerrados en estos espacios. Una especie de Aleph donde uno mira el mundo”, describe Peláez.
El director del Matacandelas asegura, además, que el teatro no nace solo como una aplicación de conocimiento y, más bien, “casi que el 90% es de observación y reflexión”.
“Se parte de una idea, de una necesidad expresiva. Nosotros empezamos a hablar acerca de nuestras lecturas, observaciones, aquello que hemos contemplado en el mundo y empezamos a circular por fuera del escenario todas esas inquietudes en colectivo”, cuenta Peláez sobre el proceso de creación particular del Matacandelas.
Finalmente, da detalles sobre lo que significa para él la llegada del público a la que es su casa y reconoce la importancia del diálogo que se da entre los visitantes, los actores y el director. “Uno siente como que se le metieron a la casa y de alguna manera lo están saqueando. Hay cierto sentimiento como de que le están violando a uno el espacio”, reconoce Peláez.