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Hace 45 años nació la Facultad de Artes de la Udea

En una ciudad donde el arte solía ser un lujo o una herramienta pedagógica menor, la Universidad de Antioquia tomó una decisión que parecía más terca que estratégica: fundar una Facultad de Artes. Cuatro décadas y media después, esa apuesta improbable es hoy un proyecto académico sólido, con impacto nacional e internacional.

  • Fundada en 1980, la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia ha sido clave en la transformación cultural y académica de Medellín. FOTO Esneyder Gutiérrez
    Fundada en 1980, la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia ha sido clave en la transformación cultural y académica de Medellín. FOTO Esneyder Gutiérrez
  • Javier Escobar Isaza, Gabriel Mario Vélez Salazar y Carlos Arturo Fernández Uribe, tres decanos que han marcado la historia de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia. FOTO Esneyder Gutiérrez
    Javier Escobar Isaza, Gabriel Mario Vélez Salazar y Carlos Arturo Fernández Uribe, tres decanos que han marcado la historia de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia. FOTO Esneyder Gutiérrez
hace 4 horas
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Si nos devolvemos en la historia, no resulta tan descabellado pensar que hace tanto tiempo la idea de una Facultad de Artes parecía improbable en una ciudad donde esa disciplina había tenido que abrirse paso entre la prisa industrial y el ruido de sus contradicciones, pues Medellín, por ese entonces, no era el terreno más fértil para sembrar pensamiento estético, y menos desde la universidad pública. Sin embargo, hace 45 años, la Universidad de Antioquia tomó una decisión que parecía más cercana a la terquedad que a la estrategia: fundar dicha facultad, abriéndole paso a una travesía hecha de crisis, reformas, debates teóricos y actos de fe. Hoy, con presencia en distintas regiones del país y reconocimiento internacional creciente, aquella apuesta improbable se ha vuelto imprescindible.

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Pero para comprender la magnitud de esa apuesta, hay que volver al punto de partida: a finales de los años setenta, las artes en la Universidad de Antioquia eran poco más que una suma institucional. Existían la Escuela de Música y el Instituto de Artes Plásticas, ambos heredados de antiguas entidades departamentales. Operaban sin autonomía, sin estructura universitaria real y con docentes que, en su mayoría, no contaban con títulos formales. “Había una norma que prohibía tener profesores sin título universitario. Aquí todos eran ‘casos excepcionales’”, recuerda Javier Escobar Isaza, uno de los protagonistas de la transformación. En ese entonces, el arte era visto como una herramienta menor de la pedagogía, subordinado a la Facultad de Educación. Escobar y otros pensaron distinto: era hora de pensar el arte como conocimiento.

Así que en 1980 se oficializó la Facultad de Artes y su primer decano fue Hernán Rojo. No obstante, la estructura era endeble. “Era como querer abrir un restaurante gourmet con los ingredientes de una venta de empanadas al frente de una iglesia”, dice entre risas Carlos Arturo Fernández Uribe, quien ingresó como estudiante en 1987 y luego fue decano en los noventa. Las tensiones no tardaron: el Consejo Académico exigió evaluar uno a uno a los profesores sin título, lo que provocó una oleada de renuncias.

Los ochenta fueron una década de resistencia. Muchos ingresaban a Artes Plásticas solo para cumplir los créditos mínimos antes de cambiarse de carrera. En teatro, por ejemplo, apenas había 40 estudiantes, y en ese contexto adverso se libraba una batalla simbólica: demostrar que las artes generan conocimiento. “No existía conciencia de que el arte permite explicar el mundo, que produce saber”, afirma Escobar. Esa discusión abrió una de las grandes preguntas que marcaría el rumbo de la Facultad: ¿crear también es investigar?

Así que a finales de esa década, en un contexto marcado por la violencia universitaria —con el asesinato de figuras como Héctor Abad Gómez y Luis Fernando Vélez—, la Universidad otorgó el título honoris causa a cinco docentes de Artes. Fue, según Fernández, “el abrazo simbólico entre la universidad y las artes”, y un reconocimiento institucional que marcó un antes y un después, porque ya no se trataba de tolerar la existencia de la Facultad, se trataba de integrarla como parte esencial del pensamiento académico.

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Los años noventa marcaron el inicio de una nueva etapa: la consolidación. Nacieron las primeras maestrías en Historia del Arte, Gestión Cultural, Dramaturgia, Música de América Latina y del Caribe, y más tarde, el doctorado en Artes. De igual forma surgieron grupos de investigación como Teoría, Práctica e Historia del Arte en Colombia, que posicionaron a la Facultad en el debate académico nacional. “Discutíamos con otras instituciones qué significaba investigar desde el arte”, recuerda Fernández.

Las publicaciones propias se volvieron clave para sostener el pensamiento artístico como campo académico. Artes. La Revista, hoy completamente recuperada tras años de crisis, circula con regularidad y sirve como plataforma para los grupos de investigación. A su lado, el Seminario de Teoría e Historia del Arte —que ya alcanza su edición número 15 con algunos intervalos— ha sido desde 1997 un espacio de reflexión fundamental. “No íbamos a hacer best sellers, íbamos a hacer libros que circularan con potencia y rigor”, afirma Gabriel Mario Vélez Salazar, actual decano. La Facultad. Además, creó una colección editorial llamada Textos en Arte, donde se publican trabajos destacados de posgrado y proyectos colectivos.

Javier Escobar Isaza, Gabriel Mario Vélez Salazar y Carlos Arturo Fernández Uribe, tres decanos que han marcado la historia de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia. FOTO Esneyder Gutiérrez
Javier Escobar Isaza, Gabriel Mario Vélez Salazar y Carlos Arturo Fernández Uribe, tres decanos que han marcado la historia de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia. FOTO Esneyder Gutiérrez

Hoy, esa Facultad cuenta con tres departamentos, múltiples programas de maestría y un doctorado. Su estrategia de regionalización ha llevado programas académicos a Urabá, Amalfi y Ciudad Bolívar. Asimismo, ha trabajado en la profesionalización de artistas en zonas vulnerables, colaborado con la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) en metodologías de reparación simbólica y diseñado programas virtuales como el pregrado en Creación Digital, orientado a los lenguajes emergentes y la inteligencia artificial.

En el plano internacional, ha liderado proyectos financiados por la Unión Europea y mantiene alianzas con universidades del continente. Su participación activa en Acofartes, la asociación nacional de facultades de arte, le ha permitido incidir en políticas de ciencia, tecnología e innovación, logrando que la investigación artística sea reconocida en igualdad de condiciones frente a otras disciplinas.

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La historia de la Facultad se puede contar a través de hitos simbólicos: las bienales universitarias de arte de los años sesenta y setenta, la creación del museo universitario, la institucionalización del concepto de “investigación-creación”, la articulación con los territorios, la primera cohorte del doctorado o los libros publicados en sus propias colecciones. Cada uno de estos momentos marca un esfuerzo por pensar el arte desde las condiciones sociales del país, por entenderlo no como objeto decorativo sino como dispositivo crítico, como forma de diálogo con la vida. En ese sentido, la Facultad ha sido una resistencia contra la lógica de rentabilidad que suele atravesar los discursos académicos.

Aunque detrás de todos esos logros hay algo que no dicen las cifras: fundar una Facultad de Artes fue, ante todo, un acto de convicción. “Tuvimos que inventarnos la Facultad. No había fórmula. Solo intuición, conflicto y persistencia”, resume Fernández. Esa invención continúa. Hoy se adapta a lo digital, a las preguntas del presente, a los nuevos lenguajes y a los desafíos de la universidad contemporánea. Y sigue en pie, con la misma obstinación de sus orígenes, defendiendo su lugar.

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