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“Yo escribo siempre con rabia”: Gilmer Mesa lanza su nuevo libro, Los espantos de mamá

El escritor paisa, una de las voces más importantes de la literatura colombiana contemporánea, lanzó su cuarta novela, Los espantos de mamá.

  • Gilmer Mesa ha lanzado cuatro novelas. La primera fue La Cuadra, hace diez años. FOTO EL COLOMBIANO
    Gilmer Mesa ha lanzado cuatro novelas. La primera fue La Cuadra, hace diez años. FOTO EL COLOMBIANO
  • “Yo escribo siempre con rabia”: Gilmer Mesa lanza su nuevo libro, Los espantos de mamá
hace 8 horas
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Gilmer Mesa, una de las voces más importantes de la literatura colombiana contemporánea, lanzó su cuarta novela, Los espantos de mamá. Un libro donde los mitos se cruzan con los desaparecidos que ha dejado la guerra en el país, y dónde las madres son las grandes protagonistas.

En sus páginas se intercala la voz del narrador con la de su madre para contar historias que se van entrelazando con los libros anteriores. Aparece de nuevo la cuadra que dio lugar a su primera novela y su hermano Alquívar, que fue el gran protagonista. Se habla también del barrio Aranjuez, de sus habitantes, del pasado en el campo, de la pobreza, los muertos y la tragedia que ha sido la guerra.

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Pero se habla sobre todo de la ciudad y el país, de la indolecia de todos. La sociedad entera está ahí entre los espantos.

Es un libro mucho más íntimo, porque Gilmer Mesa, mientras más abre la mirada a la ciudad, más se adentra en si mismo. A propósito del lanzamiento, EL COLOMBIANO habló con él.

Los espantos de mamá es como un libro que contiene todos tus otros libros ¿De dónde salió esta idea?

“De hecho, sí, ahí hay algunos apuntes de las otras obras, pero en realidad todo empezó por una idea que me surgió viendo a una vecina de mi mamá, la señora tenía dos hijos y al mayor se lo habían matado hacía como dos años, y un día estaba visitando a mi mamá y de un momento a otro le dice: ‘Bueno, Luz, me voy, que tengo que ir a hacerle el almuerzo al Guasca’. Yo pensé a esta señora se le está corriendo la teja ya. Y como a los dos años, al otro hermano que era un tipo sanísimo, un obrero, porque el Guasca si había sido bandido toda la vida, el pelado se fue a trabajar por la mañana y no volvió a aparecer nunca. Y ya de ahí la señora sí se pasó como del todo a la locura; entonces hablaba común y corriente y de un momento a otro le preguntaba a mí mamá o a la que fuera: ‘¿Oíste y dónde es que están los hijos míos?’ Y eso me pareció que era como lo que yo había escuchado toda la vida de La Llorona, que era una mujer que recorría los campos preguntando por sus hijos.

Entonces el génesis de la novela fue eso. Ahí empecé a escribir ese capítulo de La Llorona y escribiéndolo me di cuenta que la voz que yo quería era la voz de mi mamá contando esas historias, entonces coincidió con muchas cosas de mi vida también, con ciertos problemas con el alcohol que he tenido y que el refugio que busco siempre cuando estoy en esas crisis tan jodidas es irme para donde mi mamá y ella, para que yo no siguiera bebiendo, muchas veces lo que hacía era contarme historias. Entonces ya tenía la estructura de lo que yo quería hacer y se me cruzó en el camino la historia del Cementerio General, como lo puse en la novela, que es un cementerio en Medellín que todos conocemos, un cementerio muy paila, porque ahí pasa de todo, ahí están los grandes desaparecidos de todos los períodos de la violencia en Colombia y de muchas cosas más, un cementerio que durante mucho tiempo estuvo al aire libre, que estaba abandonado casi desde el principio. Entonces, por la experiencia de gente que yo conozco que trabajaban allá, y por toda la investigación que hice para hacer unas cátedras en el ITM, que se llaman La Ciudad Ocultada, sobre los cementerios, yo dije, esta novela tiene que ubicarse ahí.

Ahí vi que la novela se podía mover en esos dos mundos, y que eso coincidía con una de las grandes tragedias que tenemos nosotros, que son los desaparecidos, y es como nos hemos inventado todo un mundo alrededor de eso para no enfrentarlo”.

La mamá es la figura central de la cultura antioqueña, es el núcleo de todo barrio, de toda cuadra, de toda familia...

“Si, es raro, nosotros somos una sociedad muy rara porque es una sociedad matriarcal machista, lo que es casi un oxímoron, y que de hecho la figura de la madre también se crea como mucho en ese machismo.

La madre es la que ayuda también a creer o crea en el hijo ese sentimiento de superioridad porque lastimosamente nosotros en la sociedad a las mujeres las hemos visto siempre en la figura de la prostituta, la bruja o la virgen. Y todas son prostitutas o brujas hasta que se vuelven madres, que se vuelven vírgenes, entonces son casi inmaculadas. Recuerdo mucho la frase famosa del psiquiatra Elkin Ramírez que decía que Jesucristo era paisa porque había vivido con la mamá hasta los 33 años y se murió creyendo que la mamá era virgen y ella creyendo que él era Dios. Yo creo que eso define bien esa figura materna. Y sí, en Medellín las familias están creadas alrededor de la madre.

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Es más, muchas familias carecen de padres, pero la madre cumple como esa doble función también. En Medellín la figura de la madre es muy compleja”.

“Yo escribo siempre con rabia”: Gilmer Mesa lanza su nuevo libro, Los espantos de mamá

Las madres y sobre todo las madres en los barrios populares fueron mitificadas de alguna manera en los 80 y 90, en esa época de tanta violencia, como si fueran unas mujeres ingenuas. Usted rompe con eso porque su mamá habla ahí de esa violencia. ¿cómo fue escribir con ella?

Realmente yo todo se lo debo a mi mamá; es más, quise usar la voz de ella aquí, es porque yo le robé Las Travesías también. Ella me contó toda esa historia y yo la conté como si fuera yo, entonces aquí quise darle la voz y hay grandes pedazos de la novela en que la cito casi que literalmente y hablo como habla ella o como he sentido que habla ella. Mi mamá siempre ha frenteado, ella dice: ‘No, es que el hijo mío era un delincuente y yo me hice la boba y todas nos hicimos las bobas y tal’. Mi mamá nunca lo ha esquivado, pero eso no le quita un ápice del sufrimiento que tuvo por la muerte de su hijo, ni nada, pues no es ingenua.

Obviamente la novela está llena de ficción, pero la figura de mi mamá si es muy central y muy cercana a las cosas que yo le he oído decir. Quizás están más elaboradas, por supuesto, literariamente, pero sí muchas de las cosas que aparecen en la novela sí son cosas que ella me ha dicho y que ha dicho, de hecho. Yo quería que la cucha tuviera ahí la voz”.

Además, en ese contexto de la violencia, no solamente aquí en Colombia, uno piensa en las madres de la Plaza de Mayo, se convierten en personajes míticos porque van contra todo en busca de la justicia, es un ejercicio también de reivindicar todas esas voces y esas luchas maternas...

“Sí, y de hecho aparece un personaje que es muy transversal en toda la novela, que es una madre empecinada en encontrar los cuerpos de sus hijos, que estamos llenos de esos ejemplos. Nomás ahorita estás hablando de eso y las madres de Soacha, Fabiola Lalinde, aquí hay un montón de ejemplos de eso y a mí me parecía que era importante también ponerlas como un personaje literario que comunicara y que tuviera un papel fundamental porque me parece que esas luchas son muy importantes, pero además son distintas. Las madres, lo que vos decís, tienen como un empecinamiento natural”.

Este es un libro más íntimo, habla más de usted...

“David, un amigo mío que ya lo leyó, me dice que es el libro más personal y sí, toqué temas que no había querido tocar nunca, que había querido esquivar como el alcoholismo, los malestares. Es decir, yo siempre he tenido una voz narrativa en donde nunca menciono que soy yo, y que obviamente en todas las novelas se parece mucho a mí, pero tiene unos vuelos distintos. Yo creo que este es el narrador que más se parece a mí”.

¿Cuál es el límite entre la realidad y la ficción? Porque esto es como un universo construido por usted y por Alcolirykoz...

“Yo tengo suficiente con pelear, con crear un buen párrafo y darle forma a una novela, como para estar pendiente de qué piensa alguien, de hasta dónde llega la realidad, hasta dónde la ficción. Yo hago ficciones, ficciones casi todas que se basan en cosas reales, pero todas están ficcionalizadas.

La memoria de hecho ya es ficción. No podemos decir que lo que recordamos es exactamente lo mismo que ocurrió, pero además la vida real no es tan llamativa, no es tan completa, no es tan aristotélica, ¿cierto? Entonces eso hay que completarlo con muchas cosas, hay que darle una forma y esa forma siempre es obviamente la ficción. Uno pone al servicio un ejercicio literario para un escenario donde le quepan todas las inquietudes, historias y vainas que uno tenga.

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Porque es que escribir, y eso hay que dejarlo claro, la gente a veces lo confunde con contar historias, y no. Contar historias es lo que hacemos todos los días, lo que estamos haciendo en este momento. Escribir ya es un ejercicio distinto en donde lo más importante es transmitir la experiencia, cómo se experimentaron las cosas”.

Imposible separar la realidad de la ficción, porque sus novelas están muy acompañadas por esa música de ellos... Es como un Aranjuez imaginario...

“Un meta Aranjuez, pero de todas maneras sigue siendo un territorio imaginario. A mí a cada rato me llama gente para buscar los sitios de los libros y yo les digo que quizá no los van a encontrar. En Aranjuez hay un capítulo que se llama Las Campanas, donde un man se roba unas campanas. Hay gente que se ha metido a Aranjuez a buscar la noticia de robo de las campanas en Aranjuez.

Y les digo yo: ‘Hombre, pues dame un poquito de crédito’. También puedo inventar algunas vainas. Era el riesgo que corría también al llamar las cosas por los nombres más conocidos y por ser historias digamos tan cercanas a lo que todo el mundo ha vivido”.

Es inevitable pensar que los escritores antioqueños –se me ocurre mencionar a Fernando Vallejo, a Tomás González, ahora usted– siempre se nutren del universo familiar, siempre están escribiendo de esos seres inmediatos, cercanos, volviéndolos literatura.

“Sí, supongo, pero yo no diría que son los escritores antioquños, yo diría que es la literatura. Uno de los grandes temas, por supuesto, de la literatura y de los escenarios literarios es la familia, pues García Márquez, Cien Años de Soledad, que en realidad también es la historia como de su familia, La Ilíada...

Claro, hay un montón de gente que está escribiendo sobre otras cosas, pero yo creo que el escenario literario por antonomasia es la familia, porque es lo que uno tiene a mano, al menos los que intentamos escribir sobre la condición humana, donde se ha comprobado y donde se ha tramitado la condición humana de cada uno es en la familia, que es el primer escenario donde uno se mueve, donde interactúa. Incluso ya yo que escribo también del barrio, siempre he entendido la cuadra y el barrio como una suerte de familia extendida, porque lo que uno tiene ahí es donde uno experimenta los verdaderos impulsos de la condición humana: la rabia, la envidia, el amor, el odio, están ahí, ahí es donde se dan. Entonces, pues sí, para mí el gran escenario literario ha sido la familia. Todas las obras mías son obras sobre la familia”.

Y ahora que menciona eso del barrio, ¿ya superó la prensa, ya superó la gente eso de exotizarlo por escribir sobre estos temas y vivir en esos mismos barrios, o todavía lo siguen marcando con ellos?

“No, no, no, eso es como la discriminación positiva, todo el mundo siempre es como es un gran escritor y es del barrio, y yo digo, cuando a un man que sea un gran escritor y sea, no sé, de la montaña, se le pone, o se le adjetiva de esa manera. Yo ya hace mucho tiempo también entendí que yo no me voy a hacer cargo de la tontería de la gente. A mí antes me daba rabia un montón de cosas que ya no me dan rabia justamente por eso. Si quieren pensar que es importante remarcar que yo sea del barrio, pues, melo, hágale. Todo bien. Yo no tengo problema con eso. Yo no soy embajador de Aranjuez. Yo a duras penas trato de hacer buenas novelas, que ya de por sí es un trabajo dispendioso como para estarme preocupando porque me adjetiven”.

Aquí está hablando del barrio, de Colombia, del conflicto, de todos esos muertos que va diciendo muy crudamente, ¿de dónde se apoyó para escribir?

“Yo no es que haga un trabajo exacto para una novela, creo que todo el tiempo estoy en una investigación constante para lo que escribo y todo lo que voy cogiendo que me sirva para lo que estoy escribiendo lo uso. Pero es innegable: yo llevo 30 años leyendo historia de Colombia, llevo 30 años molesto con la historia de Colombia, llevo 30 años también inquieto con esa visión oficial profiláctica que tenemos, porque después uno se entera y después la realidad contradice esa visión de postal que quieren vender los gobernantes. Entonces el arte es el vehículo para poner todas esas inquietudes, y sobre todo y más que nada, todas esas molestias. Yo escribo con rabia siempre, con mucha rabia. Yo escribo por la rabia que me da toda esta vaina. De hecho, aquí hay un capítulo que se llama Indolencia. A mí me parece que somos muy indolentes. Y bueno, pues yo creo que el arte es lo que nos permite eso.

No solo esto, AZ (Alcolirykoz), quien más rabioso que AZ, Débora Arango...Es decir, ahí en el arte, en los grandes artistas, al menos en los que a mí más me interesan, está justamente eso. Ese es como el vehículo para uno tramitar un montón de cosas que la realidad no le permite tramitar”.

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