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Medellín, toda una vida de película

Los teatros han sido parte de la historia que acompañó el crecimiento de la ciudad.

  • El investigador Franco Diez anota que el cine en Medellín, a principios de siglo, juntó en un mismo escenario las clases sociales. MAMM FOTO cortesía
    El investigador Franco Diez anota que el cine en Medellín, a principios de siglo, juntó en un mismo escenario las clases sociales.
    MAMM FOTO cortesía
  • Teatro Junín (1924)
    Teatro Junín (1924)
  • El Circo España (1917).
    El Circo España (1917).
07 de mayo de 2018
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Las cifras de asistencia a las salas de cine en Colombia de los últimos diez años muestran una tendencia: cada vez hay más películas, más teatros y más públicos para ver cine.

De este fenómeno no se aleja Medellín. En 2016 la ciudad tuvo cuatro millones de espectadores y 81 salas. Es el segundo mercado más grande del país. De hecho, no ha habido época con más salas de cine ni con más asistencia histórica que ahora.

Superando la imposición de las nuevas tecnologías y las múltiples formas de ver películas en la actualidad, ir a una sala de cine sigue siendo un rito y una de las principales maneras de entretenimiento de los paisas.

Pero no es un asunto de hoy. La historia ha mostrado que Medellín ha estado rodeada de escenarios que responden a demandas de públicos que quieren seguir viendo cuentos en la pantalla grande.

Sociedad espectadora

La primera película que se proyectó en Medellín fue en 1898 una versión del Kinetoscopio de Edison y en 1899 una proyección del cinematógrafo de los Lumière (primeras formas de proyección en cine.

Todavía Medellín era una villa que no superaba los 50.000 habitantes. El profesor Germán Franco Díez, en su libro Mirando solo a la tierra: cine y sociedad espectadora en Medellín (1900-1930) habla de ese primer momento del cine en Medellín, cuando deja de ser una sociedad parroquial para transformarse en una sociedad de espectadores.

“En 1900 Medellín era una ciudad con una fuerte influencia del pensamiento católico tradicional, en donde la Iglesia tenía un fuerte poder de opinión y los ciudadanos esperaban que los curas regularan la moral pública y privada”, comenta el investigador

Según cuenta la historiadora Catalina Reyes Cárdenas, en su ensayo “Vida social y cotidiana en Medellín, 1890-1940”, en 1909 una sociedad emprendió la construcción de un “teatro digno de una ciudad”: el Circo España, con capacidad para 4.000 personas para ver toros y 6.000, para otros espectáculos.

Apunta que en este lugar, aquellos que no tenían suficiente dinero para pagar la entrada de la película, podían cancelar una tarifa menor y ubicarse detrás del telón; a través e un espejo veían las cintas al revés.

Poco tiempo después, en 1924, el empresario antioqueño Gonzalo Mejía construyó el Teatro Junín, con una capacidad de 4.000 sillas, cifra significativa para una ciudad que a 1928 no pasaba de los 120.000 habitantes (para hacerse a una idea, la cifra casi que triplica al más grande teatro de la ciudad en la actualidad, el Metropolitano, que tiene 1.680 sillas).

Así los cálculos, según el historiador Jorge Botero Uribe en su libro Medellín, su origen, progreso y desarrolla, la ciudad contaba a 1925 con tres grandes teatros: el Circo España, el Bolívar y el Junín.

De esta época dos características esenciales resaltaban según la historiadora Reyes Cárdenas. La primera, además de ir a esparcirse, los teatros eran los lugares donde las elites ostentaban sus mejores galas: “El señor vestido de etiqueta, con smoking impecable; la mujer con los brazos enguantados, vestido largo y sus mejores joyas”.

La segunda, las proyecciones de películas eran duramente criticadas por la prensa. “Se los tildaba de espectáculos escandalosos y picantes, que solo conducían al relajamiento y a las infidelidades”, anota Reyes. Era una época donde la iglesia tenía mucho poder sobre los aspectos morales de los ciudadanos.

La batalla ganada

Si algo demostraban estas características era que el cine e ir a teatro eran prácticas que cada vez tenían más la atención del público. Es por eso que para el arquitecto y docente de la Escuela de Hábitat de la Universidad Nacional, Luis Fernando González, el cine en Medellín no se podía analizar sin hacer una mirada desde la historia urbana.

La primera observación que indica el profesor, es que Medellín se convertía, a inicios del siglo XX, en un lugar industrial. “Esa ciudad con fábricas, industrias y trabajadores también pedían espacios de descanso y diversión”, anota.

Ubica los años 40 como un periodo de gran crecimiento poblacional: “Fue una de las décadas con mayores tasas demográficas. Era la época del conflicto y la violencia bipartidista en Colombia y había altos grados de migración”.

De este momento histórico el profesor hizo un balance en 1942. Encontró que ya para ese año el cine era la actividad preferida por la gente como medio de esparcimiento: el 91% eran espectadores de cine. El teatro apenas competía con el 4%; las carreras de caballos con el 1%; los deportes apenas llegaban al 2%; la acrobacia, las corridas de toros y las riñas de gallos tenían el 1%. El cine arrasó con toda la actividad recreativa y lúdica de la ciudad”, comenta.

Enfatiza, además, que parte de la influencia del cine se dio gracias al aumento de número de teatros. A 1932 habían siete. A 1951 eran 27, la mayoría ubicados en el centro de la ciudad, cerca al Parque Bolívar. “Hay una eclosión de actividades cinematográficas que responden a demandas sociales que en ese momento se estaban dando en la ciudad”, apunta González

El crepúsculo de los dioses

Esa eclosión a la que se refiere González es esa misma belle époque de los cines del Centro de Medellín que retrató el escritor Víctor Bustamante en su novela autobiográfica Medellín, cine y cenizas. Su historia recupera la memoria de esos viejos teatros que fueron destruidos por el ánimo urbanizador del momento para levantar una nueva ciudad.

Según el escritor era un Centro que tenía una vida brillante y culturalmente cinematográfica. Había la posibilidad de leer en el café Versalles la programación de cine en EL COLOMBIANO, y se podía escoger entre muchas salas y películas.

Lo curioso era que cada teatro tenía su peculiaridad. “El Cid tenía películas de éxito y familiares. El Libia y el Odeón eran para públicos más intelectuales. En el Guadalupe y el Sinfonía proyectaban cine erótico. El Radio City y el Guayaquil, tenían películas de pistoleros”, comenta.

Y no solo eran las películas, también el ambiente cambiaba. Según explica, en los teatros de la época se podía fumar y hablar. “En los teatros de Guayaquil, que tenían una factura popular, se podía hasta fumar marihuana. También sucedía que en los intermedios salían vendedores de conos, cigarrillos y confites”, recuerda. “Ocurría todo lo contrario en los teatros del sector de Junín, Caracas y Maracaibo, que eran calles muy refinadas, no como esos ventorrillos que hay ahora”.

Y es que a finales de los 60 y principios de los 70 las dinámicas de este sector ya estaban cambiando. En 1967 se demuele el Teatro Junín para darle paso al edificio Coltejer, para muchos ícono y emblema del progreso antioqueño. De un tajo se cortaría al más grande teatro que ha tenido la ciudad en su historia para trazar un nuevo mundo.

“Cuando tumban el Teatro Junín era predecible lo que vendría después. El Centro fue perdiendo su aura y se va convirtiendo en ese lugar árido para el cine que es hoy”, comenta Bustamante.

Entre las razones de esa decadencia de las salas de cine, el escritor resalta dos: las nuevas formas de ver cine y lo que él llama “la guayaquilización del Centro”, una suerte de pauperización de ese lugar que fue la gloria de Medellín durante muchas décadas.

Otros aires

El periodista Óscar Montoya estudió este nuevo periodo de la capital de Antioquia. En 2013 hizo una investigación sobre el esplendor y la decadencia de los cines en el Centro de Medellín entre 1980 y 1999. El periodista explica que hay una tendencia a la desaparición de los cines de las grandes ciudades del mundo, no solo en Medellín, un fenómeno propiciado por las nuevas tecnologías que cambiaron hábitos de consumo.

“La aparición de todos los artilugios electrónicos, la televisión a color a finales de los 70, el Betamax, el VHS, el DVD, hicieron que la gente se refugiara en sus casas”, comenta Montoya.

La consecuencia de esa “guayaquilización” de la que hablaba el escritor Bustamante fue, según el periodista Montoya, que los cines terminaran desplazándose hacia las periferias, principalmente en los centros comerciales de los barrios de clase alta. Oviedo, Unicentro, Monterrey, Terminal del Sur y El Tesoro serían algunos de los primeros complejos con salas de cine.

“Los empresarios se dieron cuenta que había que reinventarse. No ubicar las salas de cine en el Centro sino en las periferias y en centros comerciales. Ese sería el norte que tendría la ciudad hasta ahora”, comenta Montoya.

Una historia que no se detiene y que crece más que nunca. En el Parque Bolívar, ese lugar que alguna vez fue epicentro cultural de la ciudad, aún se sostiene el Teatro Lido, único en su especie que se resiste a morir. Pero desperdigados por todos los flancos del Valle se encuentran decenas de teatros que siguen haciendo historia.

Como dice el investigador Germán Franco, una parte de lo que somos se la debemos al cine. “El cine es más que un medio, es un espacio de encuentro, un acto de magia y un mito que marcó a los pobladores”. .

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salas de cine tiene la ciudad, entre múltiplex y salas adecuadas para la proyección de cine
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