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“Eso parecía la llegada de una Vuelta a Colombia. Una señora de unos ochenta años, montañerita y hecha un mar de lagrimas gritaba: “¡Me lo tienen que dejar ver, me lo tienen que dejar ver! yo vengo desde El Peñol a conocerlo así sea después de muerto””, recuerda Darío, hermano de Gildardo Montoya, sobre el día del entierro de uno de los más grandes interpretes de la música parrandera paisa.
Había tanta gente en Campos de Paz ese 26 de noviembre de 1976 que Darío casi se queda sin ver a su hermano antes de que la tierra lo cubriera por siempre.
“Yo casi que no llegó allá cuando lo fueron a tirar al hueco porque la gente no dejaba arrimar, me tuvieron que llevar como entre cinco y abriendo trocha”, recuerda desde la casa en Aranjuez donde siempre han vivido los Montoya en Medellín desde que se vinieron del corregimiento de Palermo, Támesis, en el Suroeste antioqueño.
Un día antes, el 25 de noviembre, el accidente que nunca le pasó a Gildardo cuando llegaba a su casa borracho en una moto Honda 350 cc le sucedió sin haberse tomado un solo trago.
Mientras iba por la Calle 30 fue arrollado por un carro que no paró en el cruce con la carrera 76, a una cuadra del parque de Belén, en el occidente de Medellín.
“Fui el único que lo vio morir a las 5:15 p.m. en la Policlínica. Eso estaba lleno de gente afuera porque por las emisoras ya habían dado la noticia. A mí me dejaron entrar porque era el hermano”, afirma Darío.
“¿Doctor este caso que? este caso se pierde. Este muchacho ya está agonizando”, recuerda Darío con lucidez. A pesar de que no tenía sangre, El compositor de El gitano groserón, Dele por ahí, Maldita Navidad y muchos otros éxitos murió a los 36 años.
Gildardo Montoya marcó un hito en la música parrandera paisa y en los diciembres en buena parte de Colombia.
Con una habilidad prolífica para componer -según confirmaron algunas personas que lo conocieron como los también interpretes Miguel Montoya, José A. Bedoya y Neftalí Álvarez- era capaz de crear una canción con letra y música en menos de media hora “y lo que es más difícil aún, que fueran éxitos”, dice con orgullo su hermano Darío mientras observa las carátulas de algunos discos del Trovador del valle.
¿Cómo empezó?
El compositor del El arruinao era un campesino recolector de café en las fincas del Suroeste antioqueño hasta que al venirse para Medellín se encuentra con la música. Aunque él venía de una tradición musical, pues su abuelo fabricaba y tocaba tiple y guitarra en Jericó, según reseñó EL COLOMBIANO al otro día de su muerte.
Eran tantas las ganas de que su voz fuera escuchada, recuerda Darío, que a Gildardo no le importó aceptar un trabajo como ayudante de carnicero en la Plaza de Cisneros -principal mercado de la capital antioqueña en ese entonces- para poder gritar “¡carne, carne, carne!”.
Ninguno de los que pasaba por esa carnicería habría apostado de que ese joven algún día llegaría a ser un reconocido cantante. Es tanta su fama que a pesar de haber muerto hace 39 años su voz sigue siendo omnipresente en las navidades.
Pero la suerte le sonrió al compositor de El carrataplan. En una rifa que hicieron entre los carniceros se ganó un acordeón. “Todas las noches era con un solo ‘sonsonete’, no dejaba dormir. En la mañana lo llamaba el patrón y Gildardo le decía a mi mamá que dijera que él estaba enfermo”, rememora Darío.
Dedicado completamente a la música empieza a componer sus primeras canciones e inicia escuchando a José A. Bedoya y José Muñoz, dos referentes en la música decembrina.
En 1960, Gildardo, sin nunca haber recibido formación académica grabó sus primeras canciones: Los reyes magos y Aguinaldo al escondido.
(Lea aquí: Gildardo Montoya, el genio que revive en todos los diciembres)
Ese sería el inició de una prolífica carrera de compositor y cantante de géneros tan variados como el vallenato, la cumbia, los corridos, las rancheras y, por supuesto, la parrandera que lo inmortalizó.
Investigo sus denuncias. Periodista por convicción, hago parte de la unidad de Interacción y Comunidades.