El resultado final, con empate a un gol, fue una inesperada recompensa para la afición verdolaga que con sus camisetas y entusiasmo había pintado de verde la ciudad.
Ayer, desde muy temprano, deambularon por las calles mensajeros, ejecutivos y ciudadanos del común, hombres y mujeres, con la insignia del Rey de Copas, como queriendo enviar esa energía positiva que necesitaba el equipo de Juan Carlos Osorio para vencer al River Plate que ahora dirige con autoridad el Muñeco Gallardo.
Muchos pidieron permiso de sus trabajos para irse temprano al Atanasio, pues comprar la boleta les había resultado toda una hazaña. Tanto así que los revendedores, una hora antes del encuentro, daban su parte de victoria. “Estos son los partidos en los que se va a la fija”, dijo un morocho alto y desconfiado, tras indagar si alguien tenía un boleto para vender.
Sin el tiquete fijo y para “no dar la ganga” en este diciembre de gastos y aguinaldos -por una boleta de occidental pedían hasta 300 mil pesos-, lo mejor era armar las barras de amigos se irse a un sitio tradicional a disfrutar. La Mota, el Parque Lleras, Castilla, Envigado, Sabaneta, Aranjuez, en fin, cualquier sitio resultaría ideal para vivir la fiesta suramericana.
Entre tragos y emociones pasaron los primeros minutos de la arremetida verdolaga, que mereció mejor suerte en la etapa inicial. Luego, los nervios y la desazón con el empate del conjunto de la banda cruzada, opacaron el entusiasmo que tuvo su clímax en el comienzo del partido, cuando los fuegos artificiales iluminaron el cielo antioqueño.
La fe de los aficionados verdolagas se fue apagando como la noche. Al final faltó la pólvora de otras jornadas de gloria y del comienzo de la noche, aunque la esperanza de volver a saborear un título internacional después de 14 años esta latente.
Los hinchas, algunos enguayabados, volverán hoy a sus trabajos, pero pensando ya en armar el miércoles venidero la fiesta definitiva con el duelo que se realizará en el Gran Buenos Aires.