Cuando Luis Díaz nació, aquel mítico 5-0 de Colombia sobre Argentina en el Monumental ya era una historia que se contaba con reverencia en los asados familiares, una hazaña inmortalizada en cintas VHS y corazones tricolores. Nadie de su generación había vuelto a ver una victoria en eliminatorias sobre la Albiceleste en Buenos Aires. Pero este martes, por 80 minutos, parecía que el hijo del viento, el guajiro que desborda emociones, iba a escribir un nuevo capítulo en ese libro de gestas olvidadas.
Corría el minuto 24 cuando, en una jugada que pareció sacada de los botines de Maradona, Luis Díaz emprendió una cabalgata infernal. Dejó a cuatro argentinos desparramados por el césped del Monumental y con una serenidad asombrosa venció al Dibu Martínez. Golazo. De esos que no se ven todos los días. De esos que sacuden naciones. De esos que, por un instante, curan heridas profundas.
Porque Colombia no solo estaba ganando 1-0 en un templo del fútbol sudamericano. Estaba volviendo a creer. En medio de un proceso debilitado por cinco partidos sin victorias, rumores de peleas en el camerino y un técnico cuestionado, ese gol fue más que una ventaja: fue un suspiro colectivo, una bocanada de fe.
Por largos minutos, la Selección controló el partido. Con orden, carácter y una disposición táctica inteligente de Néstor Lorenzo que sorprendió a todos al liberar a Luis Díaz como el hombre libre de ataque, Colombia tejía una noche inolvidable. Si el resultado se sostenía, el repechaje estaba asegurado. Y algo más importante: la credibilidad también.
Pero al minuto 81, la ilusión se resquebrajó. Una desatención, un balón suelto, un remate seco de Thiago Almada. El balón se coló, imposible para Mier. El Monumental rugió. La esperanza colombiana, que ya se sentía posible, volvió a diluirse en esa mezcla amarga de resignación y orgullo.
El 1-1 no es un mal resultado. Para muchos, incluso, es positivo. Pero sabe a poco. Porque se saboreó la gloria. Porque se tuvo. Porque se soñó con ella. Y porque, por 80 minutos, Colombia fue la mejor versión de sí misma: ordenada, sólida, con una idea clara, con un líder que desbordó talento y una selección que jugó sin complejos.
Luis Díaz fue, es y seguirá siendo el faro de esta selección. De él depende, en gran parte, el rumbo de este equipo. Y si bien la forma —y no solo el resultado— puede ser la que mantenga a Lorenzo al mando, la deuda sigue siendo grande: con los jugadores, con el país y con esa ilusión que, cada tanto, vuelve a encenderse.
En septiembre vendrán Bolivia y Venezuela. Y con ellos, la obligación de hacer al menos tres puntos para asegurar el cupo al Mundial, o dos para, al menos, garantizar el repechaje. Aunque con la calidad de esta generación, quedar séptimos entre diez sería una mancha que no debería existir.
Colombia emocionó. Colombia ilusionó. Colombia volvió a ser. Aunque solo fue por 80 minutos. Pero si esa versión se mantiene, si esa fe se cultiva, quizá la historia tenga un final distinto. Porque hay talento, hay corazón... y hay un país que solo pide volver a creer.
Reviva aquí el minuto a minuto de este partido: