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¡Viva Colombia! Se oyó en la Casa de Dios

Los paisas Nicolás Díaz y Ana Isabel Bustamante conquistaron la gran montaña blanca del África, el Kilimanjaro.

  • Nicolás Díaz, diseñador visual y director de Proyectos de Marca en su propia empresa Rayanegra Diseño Visual, y Ana Bustamante, ingeniera de proyectos en Casa Inteligente, en la cumbre del Kilimanjaro FOTO cortesía Huella de Montaña
    Nicolás Díaz, diseñador visual y director de Proyectos de Marca en su propia empresa Rayanegra Diseño Visual, y Ana Bustamante, ingeniera de proyectos en Casa Inteligente, en la cumbre del Kilimanjaro FOTO cortesía Huella de Montaña
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29 de enero de 2016
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Los dos paquetes de panela que llevaron de Medellín a Arusha, en Tanzania, ahora parecen ser una anécdota más de viaje que causa risas.

Igual, los pantalones viejos de trekking con los que, años atrás, empezaron a hacer montaña y que nunca les falta en los morrales, así no los usen, porque se han convertido en el mayor amuleto de cada aventura.

Las cuatro galleticas de jengibre y los dos sorbitos de té que ingirieron, como desayuno, la madrugada del día en que emprendieron el último ascenso. O la ansiedad que los mataba y que les impidió dormir a pleno sintiéndose cerca del objetivo trazado.

Todo queda en el recordatorio como si se tratase de un viejo álbum fotográfico, pues la hazaña mayor, la de conquistar una de las Siete Cumbres del planeta, deja minúsculo todo lo demás.

¡Cumbre!, cuentan que gritaron Ana Isabel Bustamante y Nicolás Díaz mientras se abrazaban y hasta lloraban de alegría, unidos a sus dos guías africanos, quienes les acompañaron en la aventura de conquistar la cima del Kilimanjaro, la imponente montaña blanca, llamada la Casa de Dios, máxima elevación del continente africano, a 5.895 metros de altitud.

Y también gritaron, “¡Viva Colombia!”.

Sus cuerpos, arropados con cuatro capas de trajes especiales, asemejaban dos astronautas que caminaban a paso lento entre una nieve pesada y brillantemente blanca, cuyo frío les perforaba los huesos.

El ambiente registraba temperaturas de menos 20 grados centígrados. Y sentían, dicen, calambres y dolores en las articulaciones, como si de nada hubieran servido los trajes térmicos, los vestidos rompevientos que repelen el agua, los buzos polares y las chaquetas de plumas con las que asumieron la parte final del ascenso al Kilimanjaro, tal como los pasamontañas con los que cubrieron sus rostros. “Fue la primera vez que utilizamos pasamontañas, era demasiado el frío; y fue una bendición que los trajes que nos brindó el patrocinador -Thermos tiendas para el frío- nos permitieran sentirnos bien, estar abrigados al máximo y muy cómodos”, relata Nicolás, quien agrega que la experiencia de dejar los tradicionales equipos con los que siempre compitieron fue maravillosa.

“Algo importante es que esta expedición fue totalmente nacional en cuanto a marcas del equipo”. También les brindó respaldo Alcaldía e Inder de Envigado, Teleantioquia y Oakley, entre otras.

El ataque a la cumbre, entre el frío, la desazón y los corazones latiendo a mil, les tomó cinco horas y treinta minutos. Emprendieron la subida a las tres de la mañana del lunes pasado luego de un esfuerzo de seis días en pleno terreno montañoso.

A las 8:30 de la mañana, finalmente, coronaron la misión, la más importante después de la que asumieron en 2015 al conquistar el Aconcagua, el cerro más alto del continente americano.

Y terminaron extasiados ante la imponencia que sus ojos pudieron presenciar antes de emprender el descenso.

“El lugar estaba solo; era todo para cuatro personas que gritábamos, cantábamos y nos abrazábamos en repetidas ocasiones como si fuéramos niños jugando a ganar”, cuenta Nicolás aún desde el campamento en Tanzania, donde igual celebraron con los diez integrantes del equipo que, por reglamentación del gobierno tanzanio, todo montañista debe contratar para acometer el Kilimanjaro y que para los colombianos de Huella de Montaña tuvo un costo de 5 mil dólares.

“Ya no le parábamos bolas al frío. Fueron cerca de media hora contemplando el cielo, el intenso sol, la montaña blanca al borde del deshielo por el calentamiento global; nos tomábamos fotos, hacíamos videos, nos tirábamos al piso. Dábamos gracias al Creador y brincábamos como chiquitos”, relata Ana.

La misión, que empezó con el viaje desde Medellín el 16 de enero pasado, se había cumplido. Los dos montañistas antioqueños estaban plenos. Al fin y al cabo habían llegado la Casa de Dios.

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