De niña Sabina era como una cascarita de huevo, se rompía con tanta facilidad brazos y piernas que pocos pensaban que, en tan solo tres años, pudiera convertirse en una fortísima máquina de lanzar golpes. Y en campeona.
Era muy frágil, recuerda hoy Isabel Cristina Estrada Jaramillo, coordinadora de la Escuela Intermedia Superior del colegio Sagrado Corazón Montemayor, donde, tres años atrás, todos se extrañaron cuando, algún día, la mona de cabello lacio, figura estilizada y frágiles movimientos les dijo que se iba a dedicar, en cuerpo y alma, a la practica del jiu jitsu.
La que sí creyó ciegamente en el nuevo proyecto que iba a emprender Sabina Mazo, la joven estudiante de 15 años, en ese momento, fue su mamá, Clara Isaza, quien, conocedora de la determinación y fortaleza mental de su hija, jamás dudó en que esa decisión tenía bases firmes y no era algo efímero.
Raro, sin embargo, era ver que esa niña, casi de “porcelana”, y que, como su entrenador, David González dice es “muy puppy”, pudiera cuajar en un gremio caracterizado por la rudeza y la fogosidad de sus practicantes, generalmente hombres.
Asombró, entonces, no solo su empeño en hacerse, primero boxeadora y luego practicante de disciplinas tan de choque como jiu jitsu, taekwondo, muay thai, judo y lucha, entre otras, que conforman las artes marciales mixtas.
Con mucho empeño
“Al principio tratamos de hacerla entender en qué se iba a meter y que se diera cuenta de que era un deporte en el que todos sus compañeros eran hombres”. Ella, y a pesar de los consejos de Isabel Cristina, no cejó en el empeño y con más ganas asumió ese reto que se planteó. “Realmente le vimos muchas ganas y una pasión increíble. Entonces, el colegio optó por brindarle el apoyo y le hizo adecuaciones curriculares, flexibilizándole el horario para que pudiera cumplir con sus entrenos y torneos.
Y empezó a sorprender por su fortaleza, esa que de niña no la acompañó. “A Sabina pequeña se le quebraba algo cada año; hasta en silla de ruedas fue al colegio. Era tan frágil de chiquita que hoy asombra verla tan fuerte de grande”. Se rompió el brazo derecho, luego el izquierdo, y más tarde sus piernas. “Era como una cascarita de huevo”, cuenta Isabel.
Todos fueron accidentes muy particulares, dice la mamá. O jugando en columpios, o corriendo en la casa, o saltando, nunca uno que tuviera que ver con el deporte. Era muy inquieta.
“Recuerdo que saltando en la cama mi hermana mayor me cayó en la mano y me la partió; otra vez me resbalé en una pista de hielo y me destrocé el pie”, cuenta Sabina, quien no olvida la vez cuando, jugando en unos brinquitos se rompió un pie.
Eran realmente accidentes tontos, coincide en reconocerlo Gustavo, su padre, quien sufre igual o más que Clara cuando van a ver las peleas de su hija.
Tiene gran futuro
Guerrera, apasionada, disciplinada, inteligente, juiciosa, responsable, preocupada por sus cosas, sus ocho perros -dos pastores alemanes, dos bulldogs y cuatro chandas, como ella misma lo dice-, buena amiga, poco rumbera -prefiere dedicarle horas enteras al sueño que irse de fiesta-, amante del gimnasio, algo dormilona. Así es Sabina, próxima a cumplir los 18 años, y a quien le encanta asolearse, ver tv, ir al cine cuando de películas de drama se trata, y comer (pescado o carne).
Y en el deporte, al decir de David González, todo un torbellino, incansable, generosa con su cuerpo, poderosa. “Quizás lo que más sorprende en ella es que a pesar del corto tiempo que lleva en estas prácticas y de ser menor de edad, en cada modalidad en la que se metió ha sido campeona (boxeo, jiu jitsu y muay thai). Y, de seguro, muy pronto lo será en artes marciales mixtas”.
Sabina es alta para su categoría -1.72 metros y 60 kilogramos-, tiene buena distancia, genética y el biotipo ideal -piernas y brazos largos-. Con estas características, sus entrenadores González (profesor de muay thai), Kim Cuervo (jiu jitsu), Raúl Díaz (preparador físico y entrenador de boxeo, labor que alterna con Wilson Palacios y Francisco Calderón), coinciden en que tiene estampa para ser grande.
“Solo hay que soltarla en la jaula -el escenario de los combates- para ver en acción a una gran peleadora, muy completa y fuerte”, explica Díaz, un excombatiente mundial de boxeo que la prepara físicamente.
El pasado de Sabina va quedando atrás. Jugó tenis, pero con tan mala fortuna que lo abandonó rápido. “Era muy cómico verla jugar, porque como usaba lentes, las bolas le salían disparadas para todos lados”, cuenta su mamá. Miopía y astigmatismo la obligan a usar aún lentes de contacto.
Hoy su vida está en el octágono y su preparación en el gimnasio, donde alterna con sparrings hombres y contadas veces con su compañera Marcela Nieto, también practicante de artes marciales mixtas. Y así sea rudo, Sabina es asombrosa, sin importarle que en cada pelea termine con moretones en el rostro y todo adolorido el cuerpo, ella sigue sin doblegarse.
“Cada golpe que recibo es un aliciente más para seguir adelante, mientras más me pegan más me encariño con este deporte”.