No es fácil ser auténtico. Todo proyecto tiene un origen, una influencia, una huella que viene del pasado. Ocurre en la música, en las artes plásticas, en el cine, en la gastronomía, en el diseño de objetos o de vestuario. En todo. Sin embargo, una cosa es tener influencias e inspiraciones que sirven de base a un proyecto y otra es copiar casi de manera exacta y querer posar de ser original. Para muchos seguidores, artistas como Rihanna, Kanye West y Ricky Martin representan hoy originalidad. El diseñador de moda Karl Lagerfeld también ocupa un espacio en esta lista.
El tema tiene una actualidad mayúscula. Al respecto, el antropólogo Carlos Rojas, fundador y director de Pigmalión, empresa de investigación antropológica, señala que definiciones de identidad hay muchísimas, sin embargo, hay una que le gusta de manera especial: la identidad remite a “raíces en movimiento”, tiene que ver con las costumbres, la herencia, la tradición, el modo como crecemos, los referentes culturales, sociales, políticos y económicos que tenemos. Se plantea como algo de lo que uno va bebiendo, es decir, se bebe de una tradición que se va transformando con nuevas ideas y experiencias. Ese movimiento se alimenta de influencias, percepciones, maneras de asumir los retos.
A veces se habla de copia, cuando en realidad lo que hay es una reelaboración de esas influencias. Otras veces, la copia es real, pues se ha trasladado sin reelaborar, sin proponer nada nuevo. Allí, no hay un trabajo personal que enriquezca la herencia. Hay quienes se obsesionan porque ven en los otros personas que los copian, ocurre en el arte, en los líderes políticos, entre los ejecutivos, cuando en realidad lo que hay es un exceso de ego. Hay, por tanto, que saber encontrar las diferencias entre el aprovechamiento de manera positiva de una influencia y la copia.
La identidad cultural es abierta, no es petrificada. Además, tiene un alto sustento de fantasía. Por ejemplo, la pregunta sobre lo que piensa la gente de los paisas puede tener una base de realidad, sin embargo, también las repuestas pueden estar cargadas de fantasías, de imaginarios. ¿Cuál es su nivel de verdad? Igual ocurre con lo que pensamos de nosotros mismos.
Recuerda el antropólogo al investigador Jesús Martín Barbero. Él advertía que la identidad en Colombia estuvo marcada por tres acontecimientos: la radio, el ciclismo y la música. El deporte nos permitió conocer el país, nos dio nuevos referentes, nuevos ídolos y a partir de allí se formó una tradición, se enriquecieron nuestros imaginarios. Fue una forma de conocernos a nosotros mismos. Igual ocurrió con la música, que nos permitió encontrarnos como nación. Pone como ejemplo el caso de Lucho Bermúdez, que logró unir dos culturas, la de la costa y la del interior, y mostró lo que significa la región con una dimensión nacional. Es un referente de identidad nacional. La radio amplificó lo que pasaba en el mundo del ciclismo, del deporte y la música, y allí nos empezamos a encontrar con otras formas de ser colombiano.
¿Por qué decimos que nos copian? Aprovechar las influencias, la herencia familiar y cultural, los ancestros es algo que remite a creatividad, autenticidad, transformación. La copia, en cambio, es lo no creativo, lo estático. Aquí no hay raíces en movimiento. La música es un aglutinador y un elemento de identidad. Se construye identidad dependiendo de la música que se elija, dependiendo de los músicos o bandas que sigamos. Igual ocurre con el cine, con la plástica, con nuestras lecturas. Se van definiendo rasgos, gestos, maneras de existir. Vuelven a aparecer las raíces en movimiento unidas a la identidad y a la fantasía. Y lo individual de cada uno se fortalece con la pertenencia a un grupo o comunidad que nos da lineamientos, maneras de ver el mundo y una serie de elementos identificatorios. ¿Por qué escuchar reguetón o pop? ¿Por qué música clásica o reggae? “La música es un elemento primordial para entender nuestra identidad”.
Es difícil pensar que hay uno igual a mí, que hay uno que me copia de manera idéntica. ¿Dónde está el límite de la copia y dónde el de la influencia? A veces nos miramos tanto a nosotros mismos, que terminamos copiándonos, sin mirar el horizonte.
Carlos Rojas ve la cultura y la identidad como el mar y el velero. El mar es la herencia. Cada sujeto en singular es el velero. El velero marca las rutas, la manera como se relaciona uno con ese gran mar y eso genera distintas dimensiones. Hay quienes se detienen en las islas, en las costas y se sumergen en las culturas de esas poblaciones, beben de sus raíces, las profundizan y luego tienen algo propio que decir. Otros, las ven desde lejos, y aún así afirman que estuvieron allí. “La influencia tiene que ver con las experiencias profundas. La música tiene una influencia enorme, pero no es lo mismo interesarme por saber dónde están esas músicas, ir hasta los tuétanos de su esencia y aprenderles para diseñar mi propio lenguaje, a escucharlas sin darles un sentido”. Cuando elegimos lo superficial hay más riesgos de copiar. Dos caminos: escuchar y conocer, beber de la influencia y de la cultura o, beber sin trascender. Y esto es válido para todo.
“Estamos en un ambiente mediático, hay mucho ruido, el artista, que debería ser un investigador, debe saber abstraerse, debe ser alguien que está permanentemente cuestionando su identidad. Otras personas se quedan en el lugar cómodo de la repetición y la moda”.
Volviendo al mar y al velero: no hay acto creativo sin voz interior. En lo mediático se privilegia la voz exterior, pero se nos olvida que hay una voz interior que conversa con nosotros y está esperando que le hagamos las preguntas importantes para nuestra vida.
¿Qué dimensión interior hay en un artista? Aquel que es capaz de aislarse de todo y escuchar su voz interior, encontrará las raíces en movimiento. No es una voz que se inventa sola. En un mundo de lo instantáneo, la pregunta por lo que soy no se escucha, hay que buscar el momento para escucharla y así encontrar nuestra propia identidad, llevar el velero más allá de la playa. En un mundo del parecer, hay que buscar el ser.