En el interior de un taller cálido y luminoso, el vidrio toma forma como si cobrara vida. De una caña metálica sopla un artesano y la masa incandescente se infla hasta convertirse en esfera, jarrón o figura. Cada pieza es el resultado de la paciencia y la destreza que solo se adquiere con años de práctica. Allí, entre hornos que alcanzan 1.350 grados, se conserva la última tradición vidriera artesanal de Antioquia.
Julio César Foronda Macías dirige la Vidriera JF S.A. junto a su hermano y a su hijo. Es el legado de más de medio siglo que nació con su padre en un pequeño horno casero. “Llevamos 50 años en este calorcito”, dice Julio, quien recuerda que desde niño trabaja en la vidriera. Hoy son quince los artesanos que aún saben soplar y moldear el vidrio en el departamento, y juntos mantienen viva una tradición que parecía destinada a desaparecer.
El vidrio llega a la fábrica como desecho. Recortes de empresas de ventanería y construcción que tardarían miles de años en degradarse encuentran aquí una segunda vida. Una vez convertido en masa maleable, los vidrieros lo soplan, lo giran y lo moldean hasta transformarlo en floreros, jarrones o piezas únicas encargadas por artistas. La jornada es exigente y requiere precisión. “Un vidriero no se hace de un día para otro, se necesitan años de paciencia”, explica Julio.