Existen muchas formas de dejar huella en el mundo. La que escogió Sara Mejía fue el servicio. Desde hace más de diez años está al frente de la Casa de la Esperanza, un hogar donde viven 25 personas con trastornos mentales que encontraron allí acompañamiento y una vida digna.
La Fundación nació en 1984 gracias a Gabriel Velázquez, un andino que regresó al pueblo después de pensionarse y descubrió que muchas personas con trastornos mentales deambulaban sin apoyo. Con la ayuda de vecinos, la parroquia y el municipio, gestionó recursos para construir la casa actual, levantada poco a poco con donaciones y jornadas comunitarias.
Cuando Sara llegó, la situación era compleja por el desorden administrativo y porque la infraestructura de la casa estaba muy deteriorada. Primero hizo parte de la junta directiva y, en 2015, asumió la representación legal. Desde entonces comenzó a recuperar información, organizar archivos, actualizar procesos y estructurar una atención centrada en la dignidad. Su prioridad fue garantizar diagnósticos claros, terapias especializadas, medicamentos al día, acompañamiento psiquiátrico y una rutina estable. “Lo mínimo que merecen es orden, respeto y un cuidado responsable”, dice.
Hoy la Casa de la Esperanza alberga personas con esquizofrenia, trastorno afectivo bipolar, retraso mental moderado y otros diagnósticos que requieren atención permanente. Algunos pasaron décadas en la calle, otros no recuerdan a su familia ni el lugar donde nacieron. Allí reciben atención integral con medicamentos, alimentación, higiene, apoyo emocional, seguimiento social, actividades cotidianas y programas de inclusión que les permiten desarrollar autonomía. El Club de Amigos, un grupo de voluntarios, ha sido un apoyo clave para acompañar salidas recreativas, celebraciones y talleres que fortalecen su vida comunitaria.
La Casa se sostiene con aportes del municipio para ciertos cupos, pequeños pagos de algunas familias, donaciones y proyectos presentados ante entidades aliadas. La Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia ha sido fundamental con asesorías contables, jurídicas, laborales y de formalización que han permitido manejar la Fundación con rigor y continuidad.
Durante estos años, Sara ha gestionado mejoras como la renovación del sistema eléctrico, pintura general, nuevas unidades sanitarias, iluminación adecuada y reparaciones en áreas centrales. Su mayor esfuerzo, sin embargo, está en la transformación social. Durante mucho tiempo se habló de “los loquitos”, una expresión que ella ha confrontado con firmeza. Enfatiza en que son personas con derechos, que merecen respeto y que no pueden seguir siendo ignoradas por sus familias o por el sistema de salud. “Cuando uno conoce sus historias, entiende que no necesitan lástima, sino oportunidades”, afirma.
A solo dos cuadras del parque principal de Andes se levanta la Casa de la Esperanza. Sus huéspedes saludan y reciben a los visitantes o transeúntes con la tranquilidad de quienes hoy cuentan con un hogar que los acoge.
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