El país está hirviendo. El calor en todas las ciudades es insoportable. Con el aumento de casos por deshidratación, diarreas, enfermedades respiratorias, dengue, malaria y muertes, todos los hospitales del país registran uno de los efectos más importantes del cambio climático: el aumento de enfermedades.
Sin algún plan de prevención e implementación, los colombianos llenarán los templos para mantener en la memoria el amor de Jesús por nosotros. Como en Colombia estamos acostumbrados a aguantar y a recuperarnos de cualquier desastre, es decir, a crecer nuestra resiliencia, los feligreses, como única opción rogarán para que llegue la lluvia. Para otros, especialmente, los citadinos, pedirán para que se vaya. Lo cierto es que a fuego lento, muy lento, el país se cocina, y seguirá perdiendo sus recursos más preciados: el agua, el suelo, su gente.
Antes de comenzar el Foro Mundial Urbano la frase era: “pasar de la palabra a la acción”, una vez finalizado, la conclusión fue: “pasar de la palabra a la acción”. Como lo dije anteriormente, la mujer, los jóvenes y los niños seguirán solos en su proceso de garantizar la vida en las ciudades y en el campo. El viernes pasado, como meta, los países pertenecientes a ONU-Hábitat se propusieron alentar a la comunidad en su proceso. Para mí, ellas no necesitan aliento, necesitan dinero. Está comprobado que para sobrevivir, el ser humano se adapta por instinto a cualquier circunstancia. La responsabilidad de los gobiernos será, por lo tanto, facilitar el acceso a las herramientas idóneas que les permitan prevenir sus desgracias y continuar su proceso natural.
Sin ser culpables de sus propios males, la gente necesita recursos para levantar nuevos datos en sus veredas y pueblos, que les permitan mapificar y controlar las sequías e inundaciones. Necesitan educarse y formarse con nuevas habilidades para enfrentarse a sus riesgos. Dinero para financiar profesionales en meteorología e hidrología fuera de Colombia, porque en el país de los ríos y del agua no hay facultades que lo ofrezcan.
Pasto es un volcán. Bogotá un lago. Medellín un río. Cali un valle. Bucaramanga una falla geológica. Barranquilla un delta. El conocimiento y observación de nuestro suelo será la inversión más costo-eficiente. Los planes de desarrollo y crecimiento de estas ciudades y del resto de municipios se hacen sin expertos. La falta de datos confiables es la brecha que alimenta la inequidad. Los pueblos se enfrentan cada vez más al desafío de la ausencia de la planeación.
Pero mientras que el conocimiento llega a campesinos, indígenas, comunidades negras y raizales, comunidades pobres y vulnerables, agitarán hoy sus ramos como señal de bienvenida al maestro, con la esperanza que su presencia traiga para este miércoles la lluvia.
Para otros colombianos les recomiendo en Semana Santa no exponerse al sol, usar protector, llevar paraguas (para el sol y la lluvia) hidratar muy bien a sus niños y abuelos; para los aguaceros: refugiarse en casas y no en árboles. Un rayo podría alcanzarlos. Y para El Colombiano todo mi recuerdo. Un millón de gracias por permitirme esta semana entrar a su incomparable hogar.
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