Leído y admirado Arthur, por estos días de calor, contaminación y gente que habla por teléfono sin parar, que invade la intimidad con celulares y considera sicóticamente que debe ser escuchada, he vuelto a releer sus memorias (voy en el primer tomo de dos). Usted se preguntaba en ellas quién las podría leer cincuenta años después de haberlas escrito. Pues bien, yo las leo y les saco partido. Es que siempre hay un lector (en muchas partes del mundo) que va hasta los libros viejos de la biblioteca y los lee para enterarse de que todo esto que pasa ya se había previsto. Leyéndolo a usted me he enterado que Rudyard Kipling ya preveía los desmanes morales que provocaría la adoración del cuerpo y una editorial del Times de Londres, del año 1905, aceptaba la política del hombre de masas, tomando como ejemplo a los japoneses que se comportaban como un enorme bloque obediente. 1, 2, 3
El siglo XX fue la construcción del XXI. Así que de ese siglo, al que pertenecemos tantos, heredamos los aciertos y los desaciertos, los universos concentracionarios (muy bien analizados por Primo Levi), las propuestas de vigilarnos y algunos restos de dignidad. Y entre eso que llamaría digno, están los escritores que tuvieron el valor de denunciar el montaje del Big Brother, la aparición del hombre máquina y la puesta en escena de los shows mediáticos de los nuevos fanatismos (esas formas terribles de excluir y eliminar al otro). Muchos de esos escritores desaparecieron, pero no sus libros. O sea que las ideas se mantienen y con ellas la posibilidad de resistir a la indignidad, como bien explica usted, Arthur, en su historia personal, siempre en contacto con otros y sus circunstancias.
El hombre contemporáneo, alienado por la globalización (cosa que pasa cuando se juega en la segunda categoría, que es la del converso), el endeudamiento creciente, andar con los ojos cerrados y responder con puños en lugar de palabras, ya estaba prefigurado en las cuatro primeras décadas del 1900. Y si bien a partir de 1950 se demostró que todo había sido sueños vanos y peligrosos, la derrota fue la evidencia, ahora renace de nuevo lo denunciado en Auto de fe (Elías Canetti), la trilogía Los sonámbulos (Hermann Broch), el cuento La colonia penitenciaria de Franz Kafka y las memorias suyas, Arthur Koestler. Es como si la historia no enseñara, como si el olvido no fuera una degradación, como si el conductismo de Skinner fuera la real bestia del apocalipsis. Bueno, hay que seguir leyendo.
Arthur Koestler, escritor húngaro (Budapest 1905). Sus memorias La flecha en el azul y La Escritura invisible, fueron elogiadas por Georges Orwell. Koestler, al que una gitana le dijo que moriría de manera inesperada, murió tranquilo, leyendo y viendo pastar ovejas. Pudo tener razón la gitana.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6