Es fácil recordar que al finalizar el mes de mayo del presente si las lluvias se hubiesen prolongado por uno o dos días más, la ciudad de Medellín y áreas vecinas, en la práctica, habrían quedado incomunicadas del resto del país y del mundo.
Lo más sencillo habría sido echarle la culpa al invierno, sin embargo, una mirada al pasado nos ayuda a comprender, de alguna manera, la torpeza en materia de vías terrestres de este pueblo, admirado por muchos por su ingenio, capacidad de trabajo, vocación empresarial y carácter.
Hasta muy avanzado el siglo XVIII las mercancías enviadas del exterior a Medellín llegaban por el río Cauca hasta Cáceres y de allí en canoas y balsas hasta un punto denominado Espíritu Santo; según la época del año se tardaba entre 20 y 30 días. Luego se empleó la vía Nare, ahorrando así casi la mitad del tiempo. De otra parte, para mandar nuestros productos al Valle y Popayán se hacía a lomo de mula, en un tiempo no menor a cuatro semanas y en épocas de lluvia eran muchas más.
Parece ser que nuestros mayores se acostumbraron a tener como referencia los tiempos antes mencionados. Así sucedió hasta que los antioqueños lograron realizar dos proezas, que tal vez sin advertirlo nos marcaron para siempre. El primero fue el Túnel de la Quiebra, inaugurado en 1929, con una extensión de 3.742 metros, construido a pico y pala con la ayuda del ingeniero Francisco Javier Cisneros, de origen cubano. Tres años más tarde aterrizó en el aeropuerto Olaya Herrera el primer avión comercial. Desde ese entonces estuvimos convencidos que habíamos solucionado el problema del transporte.
A lo anterior se agrega la construcción de la carretera a La Pintada sobre el río Cauca, que permitió conectar nuestra ciudad con Manizales y luego con el Valle del Cauca y el sur del país. Estas obras, en especial las dos primeras, aumentaron el orgullo de este pueblo, pues gracias a ellas, se acabaron las penalidades de lidiar las chalupas y renegar de las pobres mulas.
Es difícil no sentir vergüenza al comprobar que en los últimos cincuenta años la vía a La Pintada está igual o peor. Por el norte sólo hemos construido una doble vía que apenas supera los límites de la población de Copacabana; con el problema adicional que todavía no sabemos cuál es la ruta apropiada para salir a la costa Atlántica. En el alto de Santa Elena tenemos un pequeño escollo, que primero fue de origen legal y ahora es técnico, el cual lleva cerca de veinte años sin que se tenga una solución a la mano. A veces es preciso esperar una o más horas para superar esta dificultad.
Para llegar a las poblaciones del Suroeste, entre otras: Fredonia, Jardín, Andes, Bolívar, Salgar, Caramanta y Támesis, el problema es tan dramático que quizá la única solución, acorde con nuestra idiosincrasia, es regresar al empleo de las mulas para que éstas vuelvan a ser parte del patrimonio antioqueño.
La vía a Las Palmas, recién construida, presenta serios deterioros y un peligro permanente para los usuarios. Alguien comentó que los constructores, luego de constatar que el trabajo se entregó conforme a las especificaciones dadas por la entidad departamental, acordaron distribuirse las utilidades, y supongo yo después de cancelar el impuesto de renta. Por lo tanto, ya no hay quién responda por los graves daños de esta vía y los que inexorablemente se presentarán en muy poco tiempo. No resulta exagerado pensar, de acuerdo con las experiencias vividas, que será forzoso esperar no menos de 83 años antes de remediar tan preocupante asunto.
Nuestros dirigentes deben decidir, a la mayor brevedad, si el altivo pueblo de Antioquia quiere seguir aislado, evocando la época de las trochas, mulas y fondas, o construye verdaderas carreteras que nos permitan integrarnos con los pueblos vecinos y el resto del mundo.
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