La verdad, no sabía cómo empezar esta nota porque la desazón, la tristeza, la rabia y el aburrimiento aún me embargan este último día de 2011.
Y no es que esté atravesando una calamidad. No, pero analizando mi situación bajo otra óptica, creo que es más que una desagracia.
Hecatombe llamó en su momento el expresidente Álvaro Uribe.
Y ojo, que no solo soy yo a quien en estos momentos mantiene roto el corazón. Sufrimos por igual los hinchas de Nacional y de Medellín, porque a estas alturas y viendo las nóminas y los resultados alcanzados este año, llego a la conclusión de que tanto los verdes como los rojos no solo tenían mejores nóminas, sino que deberían haber terminado el torneo más arriba.
¿Merecían más? No sé, porque eso del merecimiento es relativo. Merecer mejor suerte es una frase de cajón que dice de la incapacidad del otro para lograr mejores objetivos, en este caso el gol.
Que el arquero, que los palos, que la sacó de la raya, eso es puro cuento. Disculpas. Lo único cierto es que una ficha bien dispuesta gana la partida, marca goles. La suerte, entonces, no se merece, se concreta y punto. Que el uno jugó muy bien pero el otro le marcó en el último minuto. Concretó y listo. Con ese gol ganó.
Dicen entonces que las comparaciones son odiosas y a toda hora estamos haciendo uso de esta otra manida frase, para tratar de magnificar a unos y minimizar a otros.
Pero es que no me vengan a decir que tanto Nacional como Medellín no contaban con mejores jugadores, reconocidos, de más trayectoria, internacionales y Selección Colombia, que muchos de los que disputaron las finales del fútbol colombiano.
Y una cosa más, mejor pagados. Sobran la nimiedad y el insulso ejemplo. Todos lo saben, pero lo que muchos ignoran es que aquellos que están arriba tienen ganas de ganar. Tienen hambre y cuando al indio le quitan el hambre, ya no lanza flechas.
¡Qué hambre van a tener los verdes y rojos si ganan cifras astronómicas, las mismas que no se reflejan en los partidos!
La eliminación de los dos equipos paisas fue culpa de unos desagradecidos futbolistas a quienes sólo les interesa llenar sus bolsillos de dinero. Les queda grande la verde y la roja. Esos colores pesan. Ese lujo de llevarla deben tenerla jugadores de casta, de postín, de jerarquía. No jugadores inodoros, incoloros, insaboros e insípidos. No huelen la gloria, el color les fastidia, no saben ganar y les falta sabor.
Los equipos que ganan es porque sus jugadores tienen carácter, personalidad, temple, firmeza, entereza, voluntad, energía, temperamento, fuerza, garra, severidad, inflexibilidad, rigidez, empuje, vitalidad, potencia, vigor y mil sinónimos más que sin ellos, no se ganan partidos. En últimas, si no tienen ganas, que se vayan.
Claro, entendí tarde, querían irse rapidito a vacaciones y por eso no esperaron para irse muy orondos a dorar piel en San Andrés, los que menos ganan. Pero no vayan a creer que los que se la ganan toda prefieren el mar Caribe y con seguridad no ha de faltar aquel que ya tenía reserva de cupo para Miami, Río de Janeiro o Europa. Babosos...
No estoy llorando sobre la leche derramada y la nota no es extemporánea porque como lo dijo el doctor Hernán Peláez, en el reciente homenaje de EL COLOMBIANO, jamás nos cansaremos de hablar de fútbol. Y punto.
¡Feliz Año!
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