Incluso en una sociedad tan afectada por la delincuencia más cruel, el caso de los niños asesinados en Itagüí y en Tunja, causan horror y estupor.
Matar la sonrisa infantil, acabar con su mundo de sueños, con sus alegrías e ilusiones, es un crimen contra todo lo humano. No hay justificación alguna.
No hay perdón posible, así en muchos casos, en el corazón de los padres el amor por el recuerdo de sus hijos anule el rencor por los asesinos. El único consuelo es la justicia -nunca la venganza- y la protección a los menores.
Es escandaloso que en nuestra sociedad estos crímenes contra los niños sean de común ocurrencia, lo que delata una pérdida de valores. Ojalá que la indignación que hoy siente el país despierte la conciencia de los colombianos y no se quede en mero lamento.
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