La crisis económica global, la más virulenta desde la génesis del capitalismo moderno, ocurre después de un período prolongado de auge que hizo olvidar a muchos una dolorosa y fundamental verdad: el desempeño de la economía es cíclico; tiene períodos de auge y depresión.
En todas las actividades humanas, la sensibilidad al riesgo se atenúa con el paso del tiempo; el piloto que ha sobrevivido un accidente tiende a ser más prudente que aquel que jamás lo ha padecido. En el ámbito económico acontece lo mismo: una dinámica alcista de los precios de la bolsa o la vivienda puede generar una burbuja especulativa que, finalmente, estalla.
Los cambios tecnológicos producen cambios profundos en la oferta, la demanda y la productividad que si bien impulsan el crecimiento, son la causa del éxito de unos sectores y la declinación de otros, o de dinámicas expansivas que resultan insostenibles. La invención del telar, la caldera de vapor, el teléfono, o de las máquinas que 'piensan', han sido causa de profundas transformaciones en la estructura productiva. De lo segundo, un buen ejemplo es el colapso de las "punto com" en la pasada década.
Hemos tenido que reaprender que el sector financiero está sometido al riesgo sistémico. Los bancos, por extraño que parezca, son ilíquidos a pesar de que movilizan buena parte de la liquidez de la economía; sus activos de corto plazo son apenas una fracción de sus obligaciones frente a los tenedores de cuentas corrientes o de ahorro. Cualquier perturbación severa en el frente monetario, en cuya conducción no participan, puede ponerlos en serias dificultades para soportar retiros masivos de fondos.
De otro lado, la contrapartida de los compromisos que asumen frente a sus depositantes son promesas de pago en fecha futura suscritas por sus tomadores de crédito. Si estos de manera generalizada no pueden pagar, por ejemplo como consecuencia de errores en la conducción de la política macroeconómica, los bancos pueden verse en aprietos para cumplir sus compromisos.
Hay también, como un libro reciente lo explora, "cisnes negros": eventos imprevistos que tienen consecuencias profundas en la vida personal o colectiva. Nadie planifica su futuro sobre la base de ganarse la lotería o padecer un cáncer. A casi todos tomó por sorpresa la implosión de la Unión Soviética. De convertirse en una pandemia, el imprevisto brote de influenza, detectado en México primero y, luego, en otros países, puede tener consecuencias económicas y sociales de enorme gravedad. Ya sucedió a fines de la Primera Guerra Mundial.
La primera lección de la crisis de la economía global consiste, pues, en que hay que ser conscientes de su comportamiento cíclico; por ende, que es imperativo prepararse en las épocas de bonanza para cuando lleguen los malos tiempos.
Las administraciones Pastrana y Uribe han tomado medidas para sanear las finanzas de la Nación, como lo demuestra la disminución del déficit fiscal y su financiamiento, en proporción creciente, en el mercado de capitales interno. Sin embargo, resulta incomprensible que no se haya aprovechado el prolongado lapso de altos precios externos del petróleo para ahorrar una parte de los mismos. De haber actuado con mayor prudencia, el Gobierno tendría hoy mayor capacidad para realizar gasto fiscal de naturaleza anticíclica. Los modelos a imitar son Chile y Perú que registran superávits fiscales.
El aumento del desempleo, inevitable consecuencia social de la crisis, ofrece una ocasión propicia para proponer la creación de un seguro moderno contra esta contingencia. El auxilio de cesantía, en realidad es un salario diferido; hace caso omiso de las técnicas de dispersión del riesgo que son comunes en cualquier sistema de seguros. Habría que convertirlo en la prima de un seguro que provea un ingreso temporal en caso de pérdida del trabajo y mantenga al día las cotizaciones a la seguridad social.
*Nota del Editor: Esta es la primera de una serie de cinco entregas sobre las lecciones que la crisis financiera internacional le deja a Colombia.
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