En el mea culpa del humorista Guillermo Díaz Salamanca -al confesar en la revista Semana que pudo haber transgredido los límites de la ética periodística al servir de publicista a un tortuoso negociante, hoy tras las rejas -hay confesiones que ponen de presente el atrevimiento de ciertos medios radiales que persisten en juzgar y condenar de antemano a quienes caen en la red de sus micrófonos.
Al glosar Díaz Salamanca -a manera de examen de conciencia- la doble condición de algunos comunicadores que se han constituido simultáneamente en investigadores y jueces implacables de ciudadanos sospechosos o sindicados de algún delito -sin haber sido oídos y vencidos en juicio por autoridades competentes-, confiesa que, "he pisoteado muchas dignidades, sin deseo de hacer daño, porque en los medios tendemos a convertirnos en jueces. Y si hay que arrastrar o acabar con lo que nos pase por delante para mantener las audiencias? pues adelante". Y en un acto de humilde contrición admite: "los periodistas no somos los dueños de la moral".
Seguramente la lista es larga de ciudadanos que han sido maltratados por algunos comentaristas y medios de información, que dejaron aquellas honras por el suelo. Y cuando la justicia falló -así sea llevándose todo su tiempo, dada la morosidad colombiana en la aplicación del derecho- no se tomaron el trabajo, ni la responsabilidad de intentar reivindicar las famas que destrozaron con los escándalos bien amplificados.
Mas Díaz Salamanca no se quedó corto en su confesión de boca a manera de arrepentimiento. Hace una patética radiografía de lo que ocurre en las cabinas de radio en donde operan toda clase de sentimientos, polémicas y desencuentros. En donde se dan amores y desamores, de acuerdo con la veleidosa condición humana que muchas veces se impone sobre la objetividad de la profesión. A través de los micrófonos, dice el hombre de las mil voces, "se le puede hacer daño a la gente? Hay personas que por diversas circunstancias caen en desgracia y uno detrás del micrófono, termina acabando de enterrarlas".
En estos días de tantos escándalos sí que hemos visto a determinados comentaristas, actuando como dueños de la moral pública y privada. En busca más de rating -que muela o no los deje moler por la competencia- que de contribuir al esclarecimiento de la verdad, razón y deber ser del buen periodista. Hemos visto a cierta radio romper con desmesura la barrera del equilibrio. Buscando instaurar, más el imperio de la sintonía -a cualquier precio y en cualquier forma- que el de la vigencia de la justicia y la decencia. Condenando anticipadamente. Fusilando mientras llega la orden. Actitud tan distinta de aquella otra radio -que también se ejerce en Colombia- que cubre de manera ágil y eficiente las noticias y reportajes salidos de todos los continentes para convertir el mundo intercomunicado en la fascinante aldea global.
Si en el país desde hace algún tiempo desconocemos, afortunadamente, lo que es una prensa amordazada, también nos percatamos de sentir algunos sectores de la radio desbordados...
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