Fue un milagro. Ninguno de los 56 impactos de bala que abollaron la camioneta de bajo blindaje y alcanzaron a herir a su chofer, llegaron hasta el cuerpo de Darío Múnera Arango y su esposa, Beatriz Toro Mejía.
La persecución de cinco motos con sicarios por las calles de El Poblado, esa mañana del 12 de febrero de 1992, fueron los 20 minutos más angustiosos de toda la vida para el entonces presidente de la Compañía Colombiana de Tabaco (Coltabaco) y uno de los empresarios más connotados del país por su defensa incansable de la industria nacional.
Pasados 24 años, Múnera recuerda, a sus 92, aún con lucidez y asombro ese suceso del que poco habla y que fue la cicatriz en la memoria que le dejó el narcoterrorismo que sitió a Medellín y le obligó a un exilio de año y medio junto a su familia. Fue primero a Estados Unidos, luego a Europa, antes de restablecerse en Bogotá y luego en la ciudad.
Desde donde estuviera, apunta de teléfono, fax y teniendo a sus tres hijos por ayudantes, se mantuvo al frente de la que llegó a ser una de las empresas más importante del siglo pasado en el país.
"Nunca supe quién ordenó el atentado. Después me dirían que eso no era un intento de secuestro, como hubo muchos en ese tiempo, sino que me querían matar, en razón de haber atacado duramente el contrabando, el peor cáncer, la peor rémora que tuvo Colombiana (Coltabaco) y el país", comenta este abogado bolivariano de 92 años y mirada amable sentado detrás del escritorio amplio de una oficina que parece galería de arte, que delata su afición por la pintura.
Un largo camino…
Y es que después de ser decano de Ciencias Económicas de la Universidad de Antioquia, docente en Derecho Civil y Económico por dos décadas, asumir como Secretario de Rentas Departamentales, ser designado Gobernador de Antioquia (1958), prestar sus oficios por 56 años a Coltabaco, 29 de ellos como presidente (1976-2005), y presidir Inversiones e Industria (luego Colinversiones y hoy Celsia), después de todo eso, Darío Múnera no se jubiló.
"Pensamos que su retiro le iba a dar duro, pero al día siguiente que dejó Colinversiones madrugó, como siempre, esta vez a su oficina, a seguir atendiendo sus negocios particulares, le pica la casa", recuerda entre risas Beatriz, la menor de los tres hijos, también abogada como su padre y sus hermanos, María Teresa y Darío Alberto, con quienes aún vive.
Contiguo a su oficina tiene un salón de reuniones que su familia llama "el confesionario", donde se reúne con el "grupo de Coltabaco", unos 12 exdirectivos y amigos que se reúnen cada tanto a arreglar el país, a hablar de empresas, a recordar momentos.
Entre ellos está uno muy apreciado por Múnera, Ricardo Toro, un experto financiero que trabajó junto a él en el manejo de varias de las inversiones gestadas por las ganancias de Coltabaco.
"Siempre admiré su capacidad de analizar lo complejo y ponerlo en términos simples, sobre todo era pragmático al tomar decisiones y por eso las reuniones eran cortas, iba al grano", comenta Toro.
Recuerda que en las correrías empresariales a Múnera no se le acababa la energía, pese a los viajes de negocios que empezaban a la madrugada, con regreso a medianoche. "No se le veía el cansancio, y siempre procuró no robar tiempo familiar a sus subalternos, para él siempre eso fue muy importante", añade Toro.
No en vano, pese al trajín de liderar a Coltabaco y sus compromisos gremiales con la Asociación Nacional de Industriales (Andi), cuando llegaba a su casa, Múnera se quitaba el traje de empresario para ser un disciplinado papá.
"En las noches se sentaba con nosotras para terminar las tareas del colegio, especialmente las que tenían que ver con dibujo, o para explicarnos un libro de arte o escuchar música clásica, nos cultivó su bagaje cultural", recuerda María Teresa.
De vuelta a su oficina, al preguntarle al mismo Múnera por sus logros empresariales, sorprende que dé más espacio en su memoria al alivio que sentía cuando se firmaba un pliego de peticiones con el sindicato, después de duras y largas jornadas de discusión, que al mismo hecho de cerrar un buen negocio.
"La gente es lo primero, tanto los trabajadores para que tuvieran buenas condiciones, como los accionistas (…) siempre me asumí no como el presidente de Coltabaco, sino un empleado de sus accionistas", sentencia Múnera, quien con su ética y honestidad demostró que no necesitaba de un código de buen gobierno: él era el bueno gobierno.
Por eso pasará a la historia empresarial colombiana por un legado que supera haber sido protagonista de la venta de la tabacalera más grande del país: no por los 120 millones de dólares en que se avaluó en principio, sino por los 300 millones que pagó la estadounidense Philip Morris, en una suerte de subasta extendida por años en que dejó en el camino a su competencia global, la British American Tobacco (BAT).
"Fue una venta obligada, pero a buen precio. Se discutió mucho con los accionistas, pero la empresa no tenía cómo mantenerse en el tiempo y era mejor asegurar su continuidad en manos de otros dueños", justifica Múnera a nueve años de esa transacción.
Ahora, con la satisfacción de una vida entregada a la industria, el orgullo de una familia que lo sigue acompañando y mientras saca tiempo a sus lecturas sobre historia, este vital nonagenario le sigue tomando el pulso a la realidad colombiana.
Por eso guarda en sus reflexiones dos preocupaciones. La "triste" desindustrialización creciente que le corrobora que "no es palabrería eso de que la industria es el motor de progreso, eso es verdad, para eso serví con amor muchos años al país".
–¿Y qué es lo otro que le inquieta?
–El proceso de paz en La Habana, me infunden sospechas la buena voluntad de las Farc, tampoco me inspira confianza Santos, no me convence. Esperemos a ver qué pasa y si Dios me da más vida para ver a Colombia sin conflicto.
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