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DE PROSTITURISMO Y OTRAS YERBAS

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28 de abril de 2012
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Ella, de pelo muy corto pero revuelto, tenía la apariencia de quien no se ha bañado en muchos días. Chanclas trespuntadas, uñas con tierra suficiente para sembrar papas, chores desflecados y una camiseta tan amplia donde cabrían dos. Ni la cera ni la máquina de afeitar habían pasado por sus piernas durante meses. La boca grande dejaba ver una linda sonrisa y sus ojos claros no miraban, se tragaban el entorno.

Él, tan rubio como si fuera hijo del Sol, llevaba el pelo largo recogido en una cola y vestía igual que ella: de cualquier manera. Su aspecto inconfundible me dejó saber la ocupación: mochileros, y la pañoleta al cuello, estampada con la bandera de Estados Unidos, su nacionalidad, o por lo menos sospecharla: Gringos, de aventura por Medellín.

Gringos, aunque no lo sean. Así llamamos a todos los extranjeros que se ven a diario en cualquier parte de nuestra ciudad, muy blancos ellos, con sus cabelleras alumbrando sobre nuestra mestiza condición latina, tan altos y desgarbados que difícilmente pasan inadvertidos en una multitud con promedio de 1,65 metros de estatura.

Pagan lo que sea por subir un rato a la tribuna de Oriental en el Atanasio para conseguir la marihuana más pura y después de media hora de estar envueltos en una ola, no de hinchas sino de humo, abandonar el escenario, porque no era fútbol lo que buscaban.

Y no todos vienen de intercambio, precisamente. La mayoría combinan sus actividades de turismo con su insaciable condición de consumidores de sexo, drogas y alcohol. Les piden a los taxistas y a los botones de hoteles que les organicen planes de placer no con uno, sino con dos o tres "servidores sexuales" de cualquier sexo, por aquello de la variedad. ¿Tendrá que ver con autoridades laxas? ¿Mucha oferta a muy buen precio?

Si un extranjero viene en busca de sexo y droga, el problema se reduce a que cada quien decide libremente qué hacer con su vida y su dinero. Pero si el asunto se vuelve masivo, y sobre todo si lo promueven y aprovechan institucionalmente los hoteles y las agencias de turismo, se convierte en un problema de ciudad, porque los visitantes no sólo se llevan en sus bitácoras de viaje todo aquello que nos provee mala imagen por fuera de las fronteras, sino que se fortalecen los negocios ilegales de tráfico interno de drogas y prostitución, que son tierra de capote para la delincuencia y la inseguridad, como si no tuviéramos bastante.

Se afecta también la imagen de los hoteles y establecimientos destinados para turismo de familias, de convenciones y de negocios y, de un chancletazo, se anula el interés hacia nuestros atractivos culturales, históricos y tradicionales.

¿Valdrá la pena sostener el cañazo de que Medellín crece turísticamente con esta clase de visitantes?

Que pase en cualquier lugar del mundo no minimiza el problema, ni nos hace indiferentes a que cuanto degenerado quiera venga a saciar sus apetitos voraces y enseguida, con su doble moral elevada como una bandera, nos vuelva un fleco. ¿O sí?.

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