La semántica de la palabra persona se rastrea desde aquellos tiempos de la antigua Roma (que a su vez lo tomó de Grecia), un siglo a.C., para designar la máscara con que los romanos cubrían su rostro durante las representaciones dramáticas (del latín "persona", máscara de actor).
Es decir, los intérpretes se ponían personas (máscaras) para representar los distintos papeles de la pieza teatral.
No en vano, por eso somos eso, personas, hombres y mujeres saliendo a la escena de la vida con el rostro cubierto por un sinnúmero de máscaras para ser intérpretes del variopinto abanico de papeles que supone nuestro devenir por este mundo: maestros y estudiantes, cabezas de ratón y colas de león, hedonistas y espirituales, prestamistas y deudores, arlequines y señores, exitosos y decepcionados, amados y repudiados, santos y lujuriosos, incluyentes y excluyentes, líderes y seguidores, comprendidos y amenazados.
Por esto, y contrario a lo que pensamos, ver hombres y mujeres disfrazados para representar superhéroes y villanos, Mickey Mousesy Rey Leones , no es una acción reservada exclusivamente para esta época de Halloween o para los pocos que deciden pagar una boleta y asistir a las tablas para ser espectadores de la obra que esté en boga en la ciudad, o para quienes se hipnotizan frente a la televisión con el desfile de actores que las novelas transmiten a diario.
No, va mucho más allá. Concurrir o hacer parte de este tipo de espectáculos es un acto que ejercemos a cada segundo porque la tiquetera para redimir en entradas es infinita y nos fue entregada como un gen más al momento de nacer, de suerte tal que pudiésemos hacer uso ilimitado de ella en la tragicomedia de la que muy pronto seríamos a la vez actores y espectadores: la vida.
Así, pues, que sea esta semana de disfraces el pretexto perfecto para que cuestionemos la paradójica veracidad y autenticidad de nuestras máscaras, y nos atrevamos a desvelar el abigarrado y multiforme camerino de antifaces con que hemos atestado nuestros actos, de forma que todo aquello que parezca, sea y cuanto nos sea vulnerable, no nos afecte.
Invitemos al ser humano que habita oculto tras esa mascarada de enredos pre-impuestos y creados a que no disfrace más su genuina individualidad y encarne la realidad de su legítima esencia.
Aprendamos del maravilloso Garrick del poema "Reír llorando" de Juan de Dios Peza, quien, cansado de la falacia de su comedia, visita al médico para que le cure, pues está cansado de sentirse muerto en vida, aunque sea, él mismo, el remedio para el "spleen" y la tristeza ajena.
Que cuanto aparentemos, no se finja más porque, como ciertamente nos recuerda Peza:
"... El carnaval del mundo engaña tanto, / que las vidas son breves mascaradas; / aquí aprendemos a reír con llanto / y también a llorar con carcajadas".
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6