Dios y el pecado van de la mano. Por contraposición. Cuanto más Dios, menos pecado; cuanto más pecado, menos Dios. Cuanto más percibo a Dios, más percibo lo opuesto a Él, el pecado. Para el ateo, el pecado carece de sentido.
Dios y el pecado se contraponen. Dios es amor, hace unidad consigo mismo: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y con todas las criaturas como Creador.
Pecado es negación de entidad. El desamor expresa mi lejanía de Dios, mi pecado. Me estremece tener como norma de vida el desamor.
Cuanto más me acerco a Dios, más me alejo del pecado. A mayor cercanía de Dios, mayor lejanía del pecado. Como le ocurrió a Jesús, hasta poder decir: "Yo y el Padre somos uno; quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn. 10, 30; 14, 9). El bautismo consiste en ser, como Jesús, transparencia del Padre.
Pecado no hay sino uno, la lejanía de Dios por desamor, que se manifiesta de innumerables modos. En la medida que me acerco a Dios, salgo, por necesidad, del pecado. Quien sabe mucho de Dios, sabe también mucho del pecado por contraposición.
Dios y el pecado son como la luz y la oscuridad. Quien hace luz ahuyenta las tinieblas. "Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna" (1 Jn. 1, 5). La oscuridad carece de sentido para quien vive en la luz.
La religiosidad popular esconde un tesoro, el instinto de lo divino propio de todo ser humano. Quien lo cultiva, siente a Dios aconteciendo en cada uno de sus pasos. Crece sin pecado por amar todo con pasión.
Un día Moisés, ante el prodigio de la zarza que arde sin consumirse, escucha arrobado: "Quítate las sandalias pues la tierra que pisas es sagrada" (Ex. 3, 5).
Las sandalias son los apegos, la codicia, el pecado que impide disfrutar el misterio insondable del amor que es Dios llenando la existencia.
Santa Teresa tiene una página sublime, en que la sola cadencia literaria es arrobadora. "Por ruines e imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba mejorando y perfeccionando y dando valor, y los males y pecados luego los escondía. Aun en los ojos de quien los ha visto, permite su Majestad se cieguen y los quita de su memoria. Dora las culpas (Vida 4, 10). Lejos del pecado, el lector constata embelesado el prodigio del amor n
* Monticelo, Casa de espiritualidad.
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