Al menos en una cosa sí han ganado los artistas en nuestro tiempo: mal que bien, viven del arte. Unos mejor que otros, pero viven del arte. Cosa bien distinta sucedía en el siglo pasado, cuando solamente los cantantes de géneros de gusto popular podían vivir de ello.
Hasta hace unos diez o quince años, nada más, los teatreros vivían de totuma. El teatro no gozaba de muy buena reputación en nuestro medio. Del mismo modo que la danza, quienes se dedicaban a la actuación podían ser calificados de homosexuales -lo cual era un insulto- y al igual que los artistas plásticos, de marihuaneros -que también era un insulto-.
Jaiver Jurado, director de la Oficina Central de los Sueños (América, Van Gogh, Las Hortensias), cuenta que en las artes escénicas “uno se la tiene que rebuscar”.
No es fácil. Es preciso combinar diversos ejercicios: la presentación de las obras, la capacitación de actores -docencia-, la búsqueda de convenios con organismos del Estado y con empresas privadas, porque “de las meras taquillas, no vive”.
Recuerda que hace más de 20 años, fundó La Mancha, un grupo de teatro que permaneció activo unos ocho años, en un lugar de cuyo nombre sí quiere acordarse: Caracas con Girardot, hasta que “se desintegró en la pobreza absoluta.
“Recuerdo que durante un año no comimos más que arroz; difícilmente nos ayudábamos entre todos para los pasajes. Vivíamos acosados, minados y hasta se nos notaban esos tiempos difíciles en nuestro aspecto físico”.
Para colmo, surgió la violencia del narcotráfico, y los criminales impusieron un toque de queda. Nadie, según esos delincuentes, podía estar en las calles de Medellín después de las ocho de la noche. “Teníamos un montaje, costoso como casi todo en teatro, llamado Álbum. Y éramos felices cuando había tres personas en el auditorio”. Lo poco que conseguían era gracias a los sindicatos.
Pero llegaron los años noventa. Fue creado el Ministerio de Cultura. Con él, aparecieron estímulos a la creación y programas como el de Salas Concertadas. El movimiento teatral de Medellín se organizó y “desde ahí comenzamos a estabilizarnos”.
Una actriz como Victoria Valencia, directora de La Mosca Negra, no sostiene una sede, sino que cuando tiene obra (¡Qué vas a decir Rosalba, Rubiela Roja), va presentarla a alguna de las establecidas en la ciudad.
Dice que a veces sí vive del teatro y a veces no. “Hemos ganado en que ya a los teatreros no nos asocian con vagos. Los familiares de los actores van a ver las obras y entienden que se trata de un trabajo serio. Ya hay otra mirada”.
Ella ha ganado becas de creación en dramaturgia y, cuando tiene la plata que mediante esa figura le entregan, se encierra a escribir seis meses, de modo que en esos momentos vive del teatro. La última fue el año pasado, cuando escribió la obra Alcaparras, cuaderno de acotaciones de Estanislao en el estuario. “Sostengo a mis perras, leo, sigo soñando”.
Sin representante
Rubén Crespo, un artista plástico de larga trayectoria en nuestro medio, conocido por sus lienzos de temas étnicos, reconoce que es difícil vivir del arte, pero lo consigue.
“Yo no sé si vivo del arte, pero no hago otra cosa en la vida”, dice. Cuando la situación económica es dura, lo primero que la gente reduce o suprime son sus gastos en artes, porque son considerados suntuosos. Por eso, de pronto vende algunas obras y, después, puede ocurrir que tenga que esperar mucho para volver a hacerlo.
Compara su situación actual con la que vivió en Nueva York, donde permaneció por dieciséis años, hasta su regreso hace cuatro. Se puede decir decididamente que allá vivía del arte. Tenía un representante que se encargaba de difundir su obra mientras él se dedicaba solamente a pintar, “como debe ser”. Y una galería exhibía sus obras de forma permanente.
Tuvo exposiciones en Miami, Nueva Orleáns, Estocolmo y Bélgica. Aquí, él mismo es quien debe ofrecer y vender el arte que produce, el cual, dicho sea de paso, como tiene su centro temático en las comunidades afrocolombianas, le cuesta mucho trabajo venderlo por la discriminación racial que pervive. “Siento que el tema molesta”. Con ánimo de mejorar ingresos, se asoció con otros colegas para formar una corporación: Génesis.
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