Desde hace muchas décadas los sistemas de salud en el mundo fueron construidos para enfrentar el principal problema que en esos momentos aquejaba la salud de la población: las enfermedades agudas. Los sistemas estaban orientados a salvar vidas, a rescatar los ciudadanos de los problemas infectocontagiosos, a enfrentar el sarampión y la rubeola, por ejemplo. Sin embargo, a medida que se han ido controlando muchas de estas enfermedades y que, simultáneamente aumenta la expectativa de vida de la población, aparecen la hipertensión, la diabetes, las enfermedades pulmonares y cardio vasculares que en su mayoría hacen parte de lo que se denomina enfermedades crónicas.
Estas enfermedades, a diferencia de las agudas, tienen múltiples efectos: representan una importante y permanente limitación en la calidad de vida de quienes la padecen, afectan la productividad y el estado funcional no solo de los pacientes sino que involucra a las familias de los que las padecen; son una responsabilidad muy pesada en términos de enfermedad y muerte para el sistema de salud, representando una proporción muy importante de los gastos, presentes y futuros, del sector de la salud. No en vano se calcula que cerca del 70% del gasto en salud está orientado al 20% de los pacientes que, en su mayoría tienen algún tipo de enfermedad crónica.
Hoy en día, en medio del proceso de transición demográfica a la que se enfrenta nuestro país, se calcula que el 85% de los mayores de 65 años padecen por lo menos una enfermedad crónica; cerca del 30% de esta población tiene dos o más enfermedades simultáneamente, mientras que casi la mitad de las personas entre 45 y 64 años tienen por lo menos una enfermedad crónica.
El cambio demográfico no solo implica un cambio en la expectativa de vida de la población, con el consiguiente envejecimiento. Viene acompañado de un cambio profundo en la estructura familiar, lo que llevará a que mientras existen más personas con enfermedades crónicas, existan familias menos numerosas y con menor disposición o capacidad de cuidar y ayudar a ese paciente.
Esta situación exige que los sistemas de salud estén dispuestos y preparados no solo para curar, sino para cuidar, acompañar y prevenir la enfermedad y disminuir las hospitalizaciones que no sean estrictamente necesarias en los pacientes crónicos. Adicionalmente es necesario mejorar la calidad y oportunidad, entendiendo que el sistema tiene unos recursos que son limitados.
Es importante recordar que en los próximos años la medicina y la biociencia van a realizar nuevos e innovadores descubrimientos que ayudarán a salvar vidas y permitirán controlar y mejorar la calidad de vida de los pacientes crónicos. Sin embargo, estos no serán los únicos adelantos que influirán y permitirán modificar la situación de salud y bienestar de la población. Los avances en las tecnologías de la información y el rediseño de los servicios de salud y bienestar serán elementos sumamente importantes.
Será necesario que este rediseño de los servicios haga énfasis en la educación e información de los pacientes y sus familias y que incorpore instrumentos que permitan medir la eficacia y eficiencia de los diferentes tratamientos o procedimientos. Todo esto debe ir acompañado de un consenso en el sistema de salud, entendiendo que no es posible mejorar si seguimos enfocados sólo en un rendimiento interno y particular de cada una de las entidades u organizaciones asistenciales o aseguradoras.
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