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El hombre que no fue

26 de enero de 2010
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En el homenaje a la memoria del ex canciller Rodrigo Lloreda -muerto hace 10 años- el jefe del Estado, Álvaro Uribe Vélez, expresó que había deseado asistir a la posesión presidencial de quien como aquel bien lo merecía.

Lloreda Caicedo perteneció a aquella generación conservadora malograda para llegar a la jefatura del Estado, por la obstinación de Álvaro Gómez. Su insistencia en una candidatura presidencial, que no gozaba de las mayorías electorales para imponerse en las urnas, congeló a un grupo de jóvenes competentes que hacían fila india en la carrera política de relevos. No supo entender la suma de factores adversos que le impedían coronar su aspiración. Condenó la posibilidad de que nuevos protagonistas oxigenaran el olor rancio de la política tradicionalista.

Álvaro Gómez fue terco en su empeño de ser eterno candidato presidencial. Desde antes de la división en la Convención azul de 1969 entre Misael Pastrana y Evaristo Sourdís, abrigaba la esperanza de ceñir entre pecho y espalda la banda tricolor. Fue candidato derrotado por López Michelsen en 1974 y luego, en la Convención de su partido para escoger el candidato en 1982, se le enfrentó a Belisario Betancur, aspiración que tampoco le cuajó. Más tarde, en 1986, fue doblegado por Virgilio Barco, dosis que repitió en 1990 César Gaviria. Insistía, persistía, resistía y no vencía.

En las elecciones de 1994, Gómez Hurtado le dio el golpe de gracia a Rodrigo Lloreda, escogido como candidato oficial del conservatismo. Aquel formó una disidencia conocida como Movimiento de Salvación Nacional. Partida en dos la escasa votación conservadora, se le facilitó el camino presidencial al hasta hace poco jefe único de lo que va quedando como oficialismo liberal.

Gómez, indudablemente, fue un hombre brillante. Un gran estadista, pensador, agitador de ideas. Pero que no se resignó a aceptar la carga -atajando a una brillante generación en la cual estaban Rodrigo Lloreda, Rodrigo Marín, Roberto Gerlein, Augusto Ramírez- de ser hijo del controvertido dirigente Laureano Gómez. Estaba condenado por el sectarismo partidista de sus contradictores a llevarla sobre sus hombros.

Despertaba el fanatismo liberal para unirse contra su nombre y excitaba los recelos de los conservadores para dividirse en torno a su figura. Fue villanamente asesinado, expediente que ahora se desempolva al declararlo crimen de lesa humanidad y sobre el cual se insinúan, en este acto magnicida, vinculaciones del gobierno Samper?

Lloreda, si bien fue Canciller de Belisario Betancur y luego designado, no salió con el reconocimiento que merecía en la última etapa de su servicio público. Su brillante Ministerio de la Defensa no estuvo exento de roces con el presidente Andrés Pastrana, dada la diferencia de enfoques que tenían sobre la eficacia de las conversaciones de Paz en el Caguán.

Creemos que con su salida del Ministerio se le acabó de romper el trampolín que se le estaba construyendo para jugar como cabeza visible de una coalición nacional de gobierno. Además, la súbita aparición de una enfermedad terminal, finalmente le puso la lápida a un gran colombiano, a un señor de la política en toda la extensión de la palabra y a un representante de una generación lúcida. De aquella opacada por la obstinación de un hombre tan brillante como Álvaro Gómez pero que no quiso entender el momento preciso para cederles el turno a quienes podían darle nuevos aires a un partido que hoy se trenza a puños para sacar una balota, que como van las cosas, a nada conducirán?

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