El tango se vive con el corazón, con la sinrazón, con las entrañas, con la boca y con los pies. En el subsuelo del bar Málaga, Salón Hernán Toro Mejía, está la muestra de quienes lo viven con la boca y con los pies.
No son bailarines ni escenifican la malhadada historia de un beso traicionero, como del que dice el tango aquel, ¡Déjame, no quiero que me beses! Por tu culpa estoy sufriendo la tortura de mis penas.
No. Ellos son seis artistas plásticos que pintaron, unos con la boca, otros con un pie, obras alusivas a la canción ciudadana y al estilo de vida que ésta identifica.
El miércoles, mientras en el célebre Salón Málaga, a nivel del mundo, decenas de hombres y mujeres sufrían viendo por televisión lo que los jugadores de la Selección Colombia hacían con los pies y su director técnico hacía con la boca en su juego ante Ecuador, otros, en el salón del subsuelo, llamado Hernán Toro Mejía, celebraban lo que los artistas hacían con la boca o con el pie: pintaban.
Las paredes ya estaban colmadas de cuadros, pero ellos elaboraban otros así, sin misterio, a la vista de todos los asistentes.
Un pianista interpretaba algunas melodías porteñas. En un receptor de televisión, imagen sin sonido, mostraba una película rodada sin duda en la primera mitad del siglo XX, con hombres de traje y sombrero, que recordaban a Carlos Gardel y a los suyos, y mujeres elegantes, con vestidos a la rodilla y zapatos de tacón alto.
En las paredes, los cuadros de los artistas.
Ellos, diseminados por el lugar, estaban pintando y cada uno de ellos rodeado de personas que no se perdían ni la secada del pincel en el trapo. La firmeza de los trazos, la precisión de los mismos eran aptitudes que les ayudaban a conseguir que la pintura no se escapara de la figura, trazada previamente con lápiz.
Dos mujeres hay entre los artistas: Ángela María Rubio Quintero y Nancy González.
A diferencia de los cuatro hombres, no fueron disparos ni accidentes los que les arrebataron la habilidad de sus brazos.
Igual que ellos, han encontrado en el arte la vida.
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