Actualmente, una gran mayoría de las personas conducen, pero no todas lo hacen de la misma forma. Hay choferes que te hacen sentir seguro y placentero el viaje, pero los hay que nos ponen los nervios de punta, porque no sabemos si seguirán de largo en el próximo cruce donde los otros llevan la preferencia.
A veces nos obligan a contener la respiración cuando se cuelan apretadamente entre los autos y pasan como el hilo por el ojo de la aguja.
Esto mismo sucede con los directores, jefes o responsables de cualquier grupo. Cada uno tiene su estilo directivo.
Los imprudentes, acelerados y prepotentes transmiten inseguridad y zozobra, debido a que sus decisiones se imponen sobre las demás sin mayor ponderación.
El buen directivo, en cambio, inspira confianza, serenidad y compromiso en el equipo. ¡Cómo nos desespera cuando el guía se pierde y se la pasa dando vueltas sin orientarse o decidir el camino!
El jefe tiene la obligación de saber hacia dónde va y actuar con decisión y prudencia cuando deba virar o acelerar. Si goza de ascendiente los suyos lo seguirán, pero si yerra, le silbarán y vociferarán como en el transporte público.
Ese tal puede estar seguro que en la primera oportunidad, en el primer semáforo en rojo, lo abandonarán sus pasajeros.
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