La primera república freudiana de la historia yace en un diván. Nadie sabe muy bien qué hacer con ella. Lánguida, apática y al borde del colapso, Venezuela camina por un precipicio.
A un lado, un Gobierno ausente, incapacitado para casi todo; del otro, una oposición atemorizada, sin visión ni perspectiva sabe Dios si por miedo a la inteligencia cubana que controla el país o por pura abulia. Su omnipresente líder, capaz de aparecerse hasta en sueños con tal de vender la revolución inversa, ha regresado a casa tras casi un mes de tratamiento en Cuba en el que nadie ha logrado discernir quién pilotaba la nave o si ésta navegaba a la deriva.
Vaya por delante que aguardo la pronta recuperación de Chávez más que nada porque jamás he deseado mal a nadie en toda mi vida (pederastas, asesinos, violadores y terroristas aparte) y porque confío en que alguna vez pague ante la Justicia sus tropelías. Pero, al margen de su enfermedad, la ausencia nos revela una situación hasta ahora desconocida.
El telepredicador que mantenía su programa en abierto 24 horas al día -desde hace doce años- se ha esfumado un mes de la pantalla y la gente simplemente ha cambiado de canal. Acostumbrados a vivir sin Gobierno -o, para ser más precisos, en un desgobierno perpetuo- a los venezolanos poco les ha importado por dónde andaba Chávez, lo que nos deja dos lecturas posibles: o bien su liderazgo mesiánico estaba sobredimensionado en toda la galaxia -incluida la CIA- o es que la autodestrucción de Venezuela les importa poco a sus habitantes.
La enfermedad de Chávez muestra -además- la ausencia total de control del poder y el desmadre institucional que rige allá.
Dejemos al margen las 24 horas que el caudillo bolivariano estuvo fuera de su país sin autorización de la Asamblea o el permiso por "tiempo indefinido" que sus camaradas legisladores le concedieron pese a que el artículo 234 de la Constitución no contempla el "telegobierno" a más de 2.000 kilómetros de distancia y con el mar Caribe de por medio. Lo realmente grave es que el artículo 236 estipula que el presidente debe "dirigir la acción de Gobierno", algo para lo que Chávez está incapacitado por su dolencia, de la que -como admite el propio presidente- se está recuperando.
Una nación con los problemas que enfrenta Venezuela no puede permitirse un Ejecutivo que ande corcoveando, habida cuenta de que el motor agonizaba ya desde hacía tiempo. "¡Aquí estoy pues, en casa y muy feliz. Es el inicio del Retorno!", escribió ayer el teniente coronel en su Twitter, el nuevo decreto ley de la revolución.
A tenor de las imágenes del mandatario junto a sus dos hijas, el inicio del retorno será largo y tortuoso. Su delgadez, mayor que la de María Gabriela y Rosa Virginia, anuncia una batalla dura y cruenta contra el cáncer para la que cuenta con el aliento de su vilipendiado imperio enemigo y hasta de la disidencia interna.
Ayer mismo, el gobernador del Zulia, Pablo Pérez, uno de los favoritos para ganar las primarias, celebró la llegada del prócer de la patria por todo lo alto en vez de exigir responsabilidades por el desgobierno pasado y futuro.
Ajeno a todo y a todos, tocado como está por el estigma de Bolívar, Chávez ha descubierto cómo dirigir desde la sombra.
Por fin ha hallado la fórmula del socialismo del siglo XXI: desde ahora gobernará trinando, con 140 caracteres. Y mientras la oposición viendo llover.
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