" (?) Los bosques siempre han sido importantísimos para mí, su mera imagen siempre me ha sugerido toda suerte de historias y leyendas, de recuerdos que ignoraba poseer, pero que estaban ahí, confundidos entre los árboles o escondidos en la espesura (...)". (Aparte del discurso "En el bosque" , de la escritora Ana María Matute).
Para celebrar la vida y el legado de Hans Christian Andersen (2 de abril de 1805- 4 de agosto de 1875), bien valdría la pena volver al regazo donde disfrutamos el cuento que marcó nuestra infancia. Evocar nuestro origen lector.
El libro -nada infantil- que más impacto causó en mi niñez fue "Muerte en el Nilo" , de Agatha Christie. Mi abuela leía sin cesar las historias de Hercule Poirot. (Y en mí, su rémora, quedaron esos ecos).
Muchos años después -cuando Agatha y su lectora ferviente habían muerto-, visité el hotel Cataract, donde fue escrita la obra. En su terraza, a orillas del río, recorrí mis miedos de infancia; esos que venían en pasta dura, en tiras de fotogramas y en maternales voces nocturnas. Regresé al bosque.
Cuando en el ejercicio profesional converso con artistas, mi pregunta de rigor es por el libro que marcó su infancia (por identificación o por confrontación), como punto de referencia en su proceso creativo. Recientemente, Joan Manuel Serrat, me dijo: "la obra a la que le tengo más repugnancia es 'Corazón' , de Edmundo de Amicis".
La primera relación que establecemos con lo monstruoso, lo que consideramos grotesco, es como la cicatriz del veterano de guerra: una impronta. Entre los muchos rincones que alberga el cerebro (¿espíritu?) humano, hay un bosque, lleno de bestias, que nos cuesta explorar... y muchos se niegan a aceptar.
Con la censura por vicio, más que a lo monstruoso, los adultos les tememos a los niños y a su capacidad interpretativa. Conozco jovencitos a quienes no les permiten ni leer ni oír cuentos de monstruos, lobos y vampiros, para no "meterles miedos"... pero les dan un correazo si se portan mal.
¿Cuál es la frontera de lo "traumático"? No creo que sea perjudicial permitir que, a través de un cuento, el niño confronte sus sentimientos negativos internos (¡el lobo siempre está!); menos aún si cuenta con compañía, con la seguridad que brinda el afecto.
De hecho, la literatura infantil contemporánea ha transformado su voz: busca liberar al niño de la angustia en vez de darle una lección (como lo ha hecho tradicionalmente el cuento de hadas clásico). La obra de autores como Maurice Sendak (" Donde viven los monstruos" ) y David Almond ( "Mi papá es un hombre pájaro" ), reconsideran la relación con lo monstruoso, con el bosque y sus significados en el ser humano (*).
El mayor miedo de un niño no dista del que se agazapa en el adulto: la vulnerabilidad de sentirse solo. No alcanzo a recordar si cuando niña temía ser un nuevo caso en la lista de Poirot; pero sí tengo una certeza: el miedo al abandono no cruzó mi mente.
¿Cuál es el libro que marcó su infancia?
(*) Bruno Bettelheim y Jacqueline Held.
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