Sería tan sencillo tener un acto de humanidad para con doña Ofelia Jiménez Zapata y su esposo Gilberto Pérez, que bastaría con hacer una simple llamada anónima que les dijera dónde está Luis Fernando Pérez y ellos se encargarían del resto.
Este par de abuelos, de 65 y 68 años, lo criaron desde los 5 años y día a día el amor de ellos por él creció al mismo ritmo que él iba sumando estatura y días a su vida.
Y todo ese afecto lo expresaron son intensa ternura y sin egoísmo hasta el pasado 22 de julio, cuando el joven, ya de 18 años, salió de su casa en Colinas de El Rodeo.
-Él salió al mediodía con sudadera, tenis y una camiseta del DIM, iba a jugar un partido de fútbol con unos amigos, pero no volvió-, relata la abuelita entre sollozos.
Su llanto es profundo y a veces imparable. Ella y Gilberto, luego de que en Yarumal fuera asesinado su hijo Óscar, padre de Luis Fernando, Mónica y Jénnifer, asumieron la paternidad y el cuidado de los tres niños, en ese entonces de 7, 6 y 5 años.
Fue mucho tiempo de dar todo para que Luis fuera feliz. Él les ha retribuido con respeto, afecto y obediencia. Pero esa bella relación se quebró el día de la desaparición, pues desde entonces no volvió a saberse nada.
-A las 5:00 de la tarde él llamó y dijo que estaba bien, a las 11:00 de la noche nos dijeron que lo habían visto por Andalucía La Francia, fue lo último que supimos-.
Desde entonces, pese a mil recorridos y averiguaciones buscándolo, no hay rastro. Como tampoco lo hay de otros 5.600 jóvenes de Medellín que están en igual condición. Ellos descartan un hecho violento, pues Luis siempre ha sido sano.
En los últimos años sufría de adicción a las drogas y ese mismo día iba a internarse en Carisma. Lo iba hacer por ellos, porque sabía que eso los lastimaba. Pero, al parecer, no alcanzó el propósito.
En casa lo siguen esperando. Jénnifer, su hermana menor, sufre depresión profunda, ha bajado peso y anda en consultas médicas. Mónica vive entre el estudio, el trabajo y el llanto incesante.
Y los abuelos no paran de extrañarlo. Su pieza está intacta: su cama, el escaparate con toda su ropa y en la pared el afiche del DIM, son cosas que conservan sus energías y parecen aguardarlo.
Si lo desaparecieron, la infamia la están cometiendo contra estos abuelos tiernos y silenciosos que sólo suplican piedad. Muchos deben saber lo que le ocurrió. ¡Qué sencillo sería para uno de todos llamar, contarlo... y colgar!
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