El desarrollo puede entenderse como un proceso de transformación estructural de la economía.
Una de las formas como dicha transformación se manifiesta es a través de la composición de las exportaciones, el valor agregado de éstas y su grado de complejidad tecnológica.
Dicho de otra manera, la estructura de las exportaciones constituye un indicador de la etapa de desarrollo de un país y del nivel de ingreso de sus habitantes.
Dentro de ese orden de ideas, existe una correlación entre la calidad de las exportaciones de las distintas regiones de un país y la prosperidad relativa de cada región.
Juan Luis Londoño recomendaba la adopción de un plan de desarrollo inspirado en varias estrategias: exportar, exportar y exportar.
Buscaba asignarle al sector externo de la economía un papel central en el proceso de generar empleo bien remunerado y modernizar la estructura productiva del país.
Una ventaja de utilizar este criterio es que obliga a asignarles prioridad a objetivos tales como la generación masiva de empleo formal, la búsqueda de competitividad internacional y la incorporación de tecnología avanzada a los procesos productivos.
Pero la recomendación de Juan Luis Londoño también lleva implícito el concepto de que, desde el punto de vista del empleo y del impacto sobre la transformación de la estructura productiva, no todas las exportaciones son iguales.
En lo que concierne al caso colombiano, las más valiosas y, por lo tanto, las que se deben privilegiar, son aquellas que se asocian con sectores altamente intensivos en el uso de mano de obra, en particular, el sector de la exportación de manufacturas.
La experiencia de las economías emergentes que han logrado consolidar procesos de crecimiento acelerado confirma la relevancia de la formulación mencionada.
El elevado ritmo que han experimentado las exportaciones colombianas en los primeros meses de 2011, superior al 30% anual en dólares, ha recibido elogios y comentarios favorables.
El análisis cuidadoso de los distintos comportamientos sectoriales daría lugar a una evaluación más matizada. La parte predominante del crecimiento proviene del sector minero-energético, el cual sigue incrementando su participación en la composición de las exportaciones, imprimiéndoles, por lo tanto, un carácter de primarización.
En otras palabras, la estructura de la canasta exportadora colombiana registra una creciente dependencia de la venta de productos primarios y de la extracción de recursos no-renovables.
Desde el punto de vista de la transformación de la estructura productiva de la economía, este proceso constituye un retroceso. Lejos de ser causal de celebración, lo que está sucediendo representa un cambio poco saludable.
En términos personales, equivale a vivir de la renta.
No menos preocupante es el comportamiento de las exportaciones de manufacturas; es decir, aquella parte de las exportaciones no-tradicionales colombianas que queda luego de excluir petróleo, carbón, oro y ferroníquel, así como café, banano y flores.
En términos de valor, las exportaciones no-tradicionales registran un modesto crecimiento del orden de 10% anual.
Sin embargo, al hacer caso omiso del factor precio, el índice de quantum de las exportaciones no-tradicionales entre enero y mayo de 2011 registra un aumento de sólo 2%. Luego de un esfuerzo de varias décadas por reducir la excesiva dependencia del sector externo de las exportaciones de café, el país empieza a registrar síntomas de una creciente petrolización de sus exportaciones.
El desequilibrio mencionado en la composición sectorial de las exportaciones tiene consecuencias sobre la generación de empleo.
Los sectores dinámicos son intensivos en el uso de capital. Los sectores rezagados son intensivos en el uso de mano de obra. Esto no facilita la creación de empleo. Tampoco contribuye a reducir la inequidad social.
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