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La piedra paciente, de Atiq Rahimi. El discreto encanto del desahogo

  • La piedra paciente, de Atiq Rahimi. El discreto encanto del desahogo | FOTO CORTESÍA
    La piedra paciente, de Atiq Rahimi. El discreto encanto del desahogo | FOTO CORTESÍA
22 de noviembre de 2013
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Durante milenios las mujeres han callado. Han callado y soportado vejámenes y usos, las ofensas y crímenes que el sexo masculino ha cometido contra ellas, tanto en los grandes escenarios de la historia como en los espacios privados de las alcobas. Y aunque La piedra paciente pueda parecer un relato exótico, basta con comprar un periódico popular para descubrir que en nuestro país muchas mujeres siguen viviendo en el medioevo. Por eso no conviene olvidar que esta película hace preguntas que nos atañen directamente.

Cuando se calla por mucho tiempo, al momento del desahogo las palabras aparecen como un caudal que no se detiene. Es lo que le pasa a esta mujer, que no tiene nombre (ella es todas las mujeres, claro) y que se ve obligada por la ley a quedarse junto a su marido, que está postrado en estado catatónico por un balazo recibido en el ejército hace un par de días. Su situación es desesperada. Las calles de su barrio sufren bajo bombardeos y ataques de ejércitos que se confunden (adivinamos que estamos en Afganistán pero nadie lo dice nunca, esta tierra es la tierra de nadie que es la Tierra) y que se parecen en lo despiadados. Para proteger a sus hijas, la mujer deberá llevarlas donde su única pariente a la mano, una mujer que también representa a las rebeldes que siempre han existido, y volver todos los días para darle los cuidados indispensables a su marido estático. Será durante esos días, encerrada con él, cuando no podrá parar de decir lo que tiene entre pecho y espalda.

Atiq Rahimi, el director, adapta su propia novela, ganadora del prestigioso Premio Goncourt francés, con sensibilidad y delicadeza. Si con el marido puede ser cruel, mostrándonos el primer plano de su quieta agonía, con ella siempre conserva cierto pudor a la hora de ubicar la cámara, como si quisiera respetarla incluso desde detrás de la lente. El guión está escrito a cuatro manos por él con un histórico del cine, Jean-Claude Carrière, que acompañó a Buñuel en la adaptación de Belle de jour (y algo de ese “desnudar” la doble naturaleza de la protagonista también funciona en esta cinta) y en El discreto encanto de la burguesía, entre otros trabajos. Carrière usa su inmensa experiencia para una historia compleja desde lo cinematográfico, pues es prácticamente un monólogo con unas pocas interrupciones y algunos flashbacks. El resultado tiene más cualidades que defectos, pues nos reserva sorpresas y puntos de giro que le suman emoción a una película que fácilmente podría haber caído en la autocomplacencia o el panfleto.

Golshifteh Farahani, la protagonista, aporta talento y emotividad, sin exageraciones ni aspavientos. Es ella, con sus ojos y los matices de su voz, quien logra que sus parlamentos no suenen demasiado literarios y la que humaniza este relato, que funciona más como un mito actualizado que como una descripción documental. Pero eso es lo que necesitamos: nuevos mitos que le permitan a las mujeres gritarnos a la cara lo que por tanto tiempo tuvieron que callar.

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