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La Roja que nos une

  • Humberto Montero | Humberto Montero
    Humberto Montero | Humberto Montero
07 de julio de 2010
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Tiene bemoles, por no decir otra cosa, que el gol que ha roto en mil pedazos el maleficio que nos apartaba sin remisión de los éxitos mundialistas lo haya metido precisamente un catalán.

Y encima, de pura cepa. Carles Puyol, nacido en Lérida, una de las regiones donde el nacionalismo catalán tiene su bastión, ha logrado vencer el pesimismo que arrastramos desde que se hundió La Invencible frente a las costas inglesas, el mismo que nos sumió en una profunda depresión tras la pérdida de Cuba y nos dejaba en la barrera de los cuartos de final tras sufrir injusticias y afrentas sin par.

Como la del penalti fallado por Eloy Olaya contra Bélgica en México'86, el codazo de Tassoti a Luis Enrique, un penal de libro que se tragó el árbitro en el Mundial que celebró Estados Unidos en 1994, o el robo de un árbitro egipcio en los malditos cuartos que nos dejó fuera en Corea del Sur, contra el anfitrión.

Poco a poco, nos hemos sacudido el fatalismo deportivo a base de raquetazos de Nadal, canastas de Gasol (otro catalán) y triunfos de Alonso en algo tan desconocido por estas tierras como la Fórmula 1. Como yo, muchos de mi generación crecimos convencidos de que moriríamos sin ver a España ganar un Mundial. Puede que alguna Eurocopa, pero un Mundial... es otra cosa.

Los más jóvenes, la chavalería sí creía de verdad en que el sueño podía cumplirse. La misma que ha llenado con banderas roji-gualdas los balcones de toda España.

La misma que ayer dejó las calles vacías y las llenó luego para festejar que al fin hemos matado a todos nuestros fantasmas.

En Cataluña, el País Vasco, Madrid, Andalucía... por toda España, la gente sueña ya a estas horas con acabar con Holanda, con quien mantenemos viejas rencillas desde que por allí anduvieron los Tercios de Flandes en lo que, por entonces, era una provincia más del Imperio.

Puede que algunos nacionalistas catalanes y vascos, rehenes de la codicia sin fin, aún anden con la cantinela de que España no es su selección. Ayer quedó claro que catalanes y vascos sienten los colores. Como Puyol, Xavi Alonso y otros tantos. Es el triunfo de la unidad. Una unión que nos va a hacer falta ante lo que se nos viene encima.

La canciller Merkel anda tan mosqueada con nosotros desde que nos hemos convertido en su bestia negra futbolística, que no descarto que le imponga a Zapatero más deberes y nos apriete otro agujero el cinturón de los recortes después del "baño" de toque, clase y señorío que les dimos a los teutones en Durban. Allá ella. Puede que gobierne nuestros bolsillos, pero nuestros corazones vibran con "La Roja" en cada rincón de España.

Le pese a quien le pese. Unidos somos invencibles. Con permiso de Holanda.

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