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LAS ATROCIDADES DE ALGUIEN MAS

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06 de junio de 2012
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En su perspicaz estudio " Ideal Illusions: How the U.S. Government Co-Opted Human Rights ", el experto en asuntos internacionales James Peck observa: "En la historia de los derechos humanos, las peores atrocidades son cometidas siempre por alguien más, nunca nosotros", independientemente de quiénes sean "nosotros". Casi cualquier momento de la historia ofrece innumerables ejemplos. Limitémonos a las últimas semanas.

El 10 de mayo se inauguraron las Olimpiadas de Verano en el lugar de nacimiento griego de los antiguos juegos. Unos días antes, en un hecho virtualmente inadvertido, el gobierno de Vietnam dirigió una carta al Comité Olímpico Internacional expresando la "profunda preocupación del Gobierno y el pueblo de Vietnam por la decisión del COI de aceptar a Dow Chemical Company como un socio global que patrocina el Movimiento Olímpico".

Dow suministró los químicos que Washington usó de 1961 en adelante para destruir los cultivos y bosques en el sur de Vietnam, empapando al país con el Agente Naranja.

Estos tóxicos contienen dioxina, uno de los cancerígenos más letales que se conocen, que afectó a millones de vietnamitas y a muchos soldados estadounidenses. Hasta la actualidad en Vietnam, fetos abortados e infantes deformes son muy probablemente efecto de estos crímenes; aunque, debido a la negativa de Washington a investigar, tenemos sólo los estudios de científicos vietnamitas y analistas independientes.

Se unieron al llamado vietnamita contra Dow el gobierno de India, la Asociación Olímpica India y los sobrevivientes de la horrenda filtración de gas en Bhopal en 1984, uno de los peores desastres industriales de la historia, que mató a miles y lesionó a más de medio millón.

Union Carbide, la corporación responsable del desastre, fue adquirida por Dow, para quien el asunto no es asunto menor. En febrero, Wikileaks reveló que Dow contrató a la agencia investigadora privada estadounidense Stratfor para monitorear a los activistas que buscaban compensación para las víctimas y enjuiciamiento para los responsables.

Otro crimen importante con efectos persistentes muy graves es el ataque de la Infantería de Marina de Estados Unidos contra la ciudad iraquí de Faluyá en noviembre de 2004.

A las mujeres y niños se les permitió escapar si podían. Después de varias semanas de bombardeos, el ataque se inició con un crimen de guerra cuidadosamente planeado: la invasión del Hospital General de Faluyá, donde se ordenó a los pacientes y al personal que se tiraran al suelo, con las manos atadas. Pronto las ataduras fueron desechas; el recinto era seguro. La justificación oficial fue que el hospital estaba reportando víctimas civiles, y por tanto se le consideraba una arma de propaganda. Gran parte de la ciudad fue dejada en "ruinas humeantes", informó la prensa mientras los infantes de marina buscaban insurgentes en sus "madrigueras". Los invasores prohibieron el ingreso de la Media Luna Roja. A falta de una averiguación oficial, se desconoce la escala de los crímenes.

Si los actos de Faluyá son reminiscentes de los hechos ocurridos en el enclave bosnio de Srebrenica, ahora de nuevo en las noticias con el juicio por genocidio contra el comandante militar serbio Ratko Mladic, hay una buena razón. Una comparación honesta sería instructiva, pero no hay temor de eso: Una es una atrocidad, la otra no, por definición.

Como en Vietnam, investigadores independientes están reportando los efectos a largo plazo del ataque a Faluyá.

Investigadores médicos han encontrado aumentos drásticos en mortalidad infantil, cáncer y leucemia, en niveles incluso más altos que en Hiroshima y Nagasaki. Los niveles de uranio en muestras de cabello y del suelo están mucho más allá que en casos comparables.

Los efectos perdurables de una no-atrocidad enormemente mayor fueron reportados en mayo por el profesor de derecho estadounidense James Anaya, el relator de la ONU sobre los derechos de los pueblos indígenas. Anaya se atrevió a entrar en territorio prohibido al investigar las condiciones horribles entre lo que resta de la población nativa americana en Estados Unidos. Ningún miembro del Congreso de Estados Unidos estuvo dispuesto a reunirse con él. La cobertura de prensa fue mínima.

Pero estos casos son todos inexistentes, en base a los principios estándar, junto con otros demasiado numerosos para ser mencionados.

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