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Las tragedias por dentro

  • Juan Carlos Greiffestein A | Juan Carlos Greiffestein A
    Juan Carlos Greiffestein A | Juan Carlos Greiffestein A
05 de marzo de 2010
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Todo aquel que ha hecho el viaje del dolor, llega de él necesariamente transformado.

Lo he visto a lo largo de mi experiencia periodística en los testimonios de una madre que perdió a su hijo, del enfermo desahuciado que recobró la salud, del secuestrado que encontró la libertad y muchas más vivencias de dolor.

Resulta paradójico pero es así: el sufrimiento nos cambia generalmente para bien. De él se desprenden grandes enseñanzas para la vida y pareciera que fortalece un músculo en el alma adecuado para impulsar al ser en estados de intensa agonía.

Evoco el pasado siglo y sus dos guerras mundiales. Pueblos devastados por las bombas de aquellas guerras absurdas, que todas lo son, cientos de miles de muertos, incluidos aquellos del Japón causados por el arma atómica que arrasó todo lo que encontró. Los pueblos que las padecieron presentan hoy, a menos de 100 años de los acontecimientos, altísimos niveles de civilidad, convivencia y progreso.

¿Será que los pueblos requieren de situaciones extremas para recapacitar y salir adelante? ¿Para reflexionar sobre sus culturas y las prácticas violentas con las que han convivido? ¿Hasta dónde? ¿Habrá que tocar fondo para comenzar un cambio sustancial en la forma de vivir y actuar? Alguien decía frente a estas situaciones límite que con frecuencia suceden en nuestro planeta: No te preguntes el porqué sucede sino el para qué.

La suerte de Haití es sobre todo una interpelación para Estados Unidos y la comunidad internacional y también para nosotros. No olvidemos además que también nosotros en Colombia tenemos nuestro propio Haití.

Desde esta reflexión inicial miro al pueblo de Haití tratando de esclarecer, por lo menos, qué puede salir de positivo ante semejante tragedia. En Puerto Príncipe descubrí cómo musulmanes y judíos trabajaban unidos para salvar una vida. Se creó una cadena de solidaridad mundial nunca antes vista. Hubo situaciones llenas de emoción como el reencuentro de seres amados que se creían muertos.

Se experimentó aquello de que "la esperanza es lo último que se pierde", al conocer la historia de Elizabeth, la bebé de dos meses rescatada entre los escombros después de 7 días del terremoto.

En todo lo anterior se evidenció que el hombre vive en estas circunstancias una nueva fuerza que lo impulsa y sostiene en su "propia reconstrucción" entendida ésta como el despliegue de capacidades antes desconocidas.

Se reconstruye la esperanza, se levanta la ilusión, se edifica el futuro lleno de experiencias superadas para un mejor porvenir.

El deseo ahora es que, luego de este viaje doloroso, las fuerzas positivas del pueblo haitiano, con el apoyo de la comunidad internacional, produzcan los frutos que este pueblo merece y espera.

El Centro de Fe y Culturas apuesta por su reconstrucción y por un cambio de actitud en la comunidad internacional basada en el respeto por la autonomía y dignidad de este pueblo.

*Miembro del Centro de Fe y Culturas

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