Este fin de semana se empezaron a conocer más verdades de la selva. Las revelaciones de Íngrid Betancourt en su libro No hay silencio que no termine, ponen de manifiesto, una vez más, que hay voces, hechos y silencios que deben permanecer allí donde sucedieron: en la selva profunda y agreste de su cautiverio.
Surgen, una vez más, las discrepancias, los reclamos, las diferentes versiones, como ya lo vimos ante la publicación de otros textos de secuestrados que volvieron a la libertad y acuden a la escritura en busca de catarsis, de paz, de otra forma de liberación.
Que la selva, en su silencio, guarde secretos y dolores.
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