Ha comenzado a cerrarse la última parte del círculo que determina la caída del régimen de Muamar el Gadafi en Libia, seis meses después de que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas autorizara mediante resolución una zona de exclusión aérea para contrarrestar la ofensiva militar que el dictador había desencadenado contra los rebeldes libios.
No obstante que la situación sigue siendo confusa en Trípoli, el último bastión del régimen, y que el paradero de Gadafi es aún desconocido, la toma de posiciones clave de los rebeldes y la captura de dos de los hijos del dictador, hacen inminente el final de más de 40 años de dictadura. Sólo que no es posible todavía advertir cómo será ese final, conociendo el estado demencial con que Gadafi ha conducido la defensa de su poder.
Bajo el total aislamiento político y económico y con la Corte Penal Internacional (CPI) esperando para juzgarlo por crímenes de lesa humanidad, son pocas las alternativas que le quedan a Gadafi para evitar un desenlace parecido al que tuvo el régimen de Saddam Hussein, en Irak.
La comunidad internacional ha cerrado filas en torno al reconocimiento al Consejo Nacional de Transición en Libia como único gobierno legítimo y, por ende, a que Gadafi entregue el poder para evitar más hechos de sangre y de violencia. El dictador, en mensajes grabados desde la clandestinidad, ha pedido a los seguidores que continúen combatiendo hasta "morir como mártires", y no pocos analistas piensan que Gadafi prefiere ese camino que afrontar un juicio ante la CPI.
La confusión que aún genera no saber nada de la suerte y del paradero del dictador libio no es distinta a la que supone la llegada al poder del Consejo Nacional de Transición. Sin un líder claro ni estructura de mando definida, con una sed de venganza que preocupa incluso a Estados Unidos y a Europa, y una riqueza petrolera que seguirá siendo el botín para grandes potencias, el futuro de Libia sigue en arenas movedizas.
No es casualidad, por ejemplo, que haya sido el gobierno chino, otrora opuesto a una intervención, uno de los primeros en anunciar la liberación de millonarios recursos económicos para los rebeldes libios ni que Francia se haya puesto la medallita como el líder de toda esta ofensiva contra Gadafi y quiera administrar las jugosas cuentas e inversiones que actualmente maneja Italia, que no ha sido, precisamente, la más activa en todos estos meses de operación aérea de la OTAN.
La lentitud con la que vienen avanzando los procesos de transición democrática en Túnez y Egipto, por ejemplo, hacen pensar que el restablecimiento de las libertades en Libia será mucho más lento y complejo, máxime el nivel de atomización tribal en que ha permanecido el país durante la era Gadafi.
Aún así, el mensaje en Oriente Medio y el Norte de África parece estar claro: el tiempo de las dictaduras está llegando a su fin. Razón suficiente para pensar que la caída de Muamar el Gadafi representa el siguiente paso que debe dar la comunidad internacional para aliviar la dramática y sangrienta situación en Siria, no menos grave que la de Libia.
Bashar Al Assad, el presidente sirio, debería poner en remojo sus barbas. Las de Gadafi acaban de ser cortadas.
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