Allí están sus pinturas y dibujos. Un avión que deja caer perros calientes, un helicóptero que desafía toda ley y carga sobre su caparazón, un colchón, una cama, una silla, una cafetera. En otra, un hombre, al que no se le ve el rostro, arrastra consigo lo que le queda, pues lo ha perdido todo.
Y allí está la artista, Male Correa, quien no puede quedarse tras la trinchera, ausente de la realidad. Esta vez, el tema es la ayuda humanitaria, pero no es un registro trivial o repetitivo, que haga eco de lo que otros dicen. Al contrario, ella cuestiona, ironiza y resalta con humor.
Es su obra más reciente, una muestra de 21 pinturas y dibujos que hacen parte de su primera exposición individual en el Museo El Castillo, y que puede verse hasta el próximo 30 de abril.
En el proceso de creación de esta muestra, Male, quien se ha formado en la observación y el detalle, como ilustradora y diseñadora gráfica, no pierde oportunidad de nutrirse de la imagen que le traen los periódicos.
En los registros de catástrofes ella recorta, guarda, reflexiona y, de repente, encuentra un tono, una manera de decir lo que piensa. Es un planteamiento honesto, dice, no exento de sufrimiento.
Pura reflexión
Nada es literal. Hay que observarlo en su conjunto, porque en el fondo ella deja "caer" preguntas, como lo hace en el cuadro Inútiles , en el que se pregunta sobre la calidad de esa ayuda. Allí entregan televisores, trapeadoras, plantas, nada de eso que apela a la supervivencia, a la necesidad.
Y con ello, se va adentrando en honduras. Como lo hace cuando pone en primer plano el rostro de un pequeño, que clama al cielo, y que no está en su imaginación. Existe y sobrevivió a la tragedia en Haití.
O cuando resalta en primer plano a una mujer que carga un colchón, lo único que puede salvar tras un ataque guerrillero. Ellos "pierden la memoria", se quedan sin el rastro de su historia: la olla que le regaló un hijo, el cuadro que lleva en la familia décadas, "las cositas de uno", dice Male, quien investiga pero impregna lo que ve y sabe, de su propia sensibilidad.
La misma que le obliga a ponerse un jean y una camisa y salir a recorrer la ciudad, pedir permiso en diversos lugares, tomar fotos y entender el por qué de las cosas. No son procesos cortos. Ayuda humanitaria , esta muestra reciente, le tomó dos años hacerla.
En ese recorrido también hay espacio para el deleite, el mismo que la obliga a jugar con los marcos, no los tradicionales sino estos que forra y pinta de frutas, muy parecido a un mantel de mesa de casa de campo o de pueblo. Un juego que la conecta con la cultura popular.
Al final, se queda con el arte, ese que se abre a múltiples lecturas, las de los observadores. Un asunto liberador, expresa. Aunque, "a veces da susto decir cosas tan duras".
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