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Mi cuerpo

09 de marzo de 2009
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¡Mi cuerpo es mío!/ Lo he amado siempre. /Cuando capullo de besos. /Cuando claustro de pasiones. / Pleno de espejismos, aljibes y desiertos. /Triángulo jugoso y tranquilo. / Montaña de leche. /Es de mi gobierno, no se rinde a nadie. /Es mío para enloquecer, perdonar, parir o gozar. /Sólo la muerte derrotará su ternura.

Quise comenzar mi columna de hoy, dedicada a mis compañeras de género, con el poema Mi cuerpo, el cual saldrá publicado próximamente en mi libro Entre la lumbre y el agua. Este poema, desarrollado a partir de la famosa frase de Simone de Beauvoir, "mi cuerpo es mío", está en el corazón de la lucha eterna de la mujer por obtener su igualdad ante los hombre. Igualdad que, hasta el día de hoy, está lejos de ser una realidad. Es cierto, hemos logrado obtener grandes adelantos y "concesiones" del género dominante de la humanidad, los hombres, pero, nos queda mucho camino por recorrer.

En algunos lugares del planeta las mujeres aun no son dueñas ni de sus vidas, ni mucho menos de su propio cuerpo. Nos duele lo que pasa con las mujeres en algunos países árabes o africanos y en democracias, como India, Afganistán o Paquistán, en los cuales la mujer es obligada a ocultar su cuerpo para no tentar al macho. Donde las niñas son forzadas a casarse contra su voluntad, aún, antes de llegar a la madurez sexual. En fin, donde las mujeres valen menos que una vaca, o una cabra.

Sí, es cierto, en Europa, las Américas y parte de los países orientales, es mucho lo que la mujer ha avanzado en la obtención de derechos sobre su vida, su cuerpo y su participación en todos los eventos que la rodean. Hemos, en menos de un siglo, obtenido el derecho a la propiedad, al estudio, a ejercer el voto, a ser electas, a amar a quien nos plazca y como nos plazca, a tener voz y voto sobre nuestro destino y el de nuestros hijos. Nuestro avance ha sido sobrecogedor. Nuestras abuelas, seguramente, nunca pensaron que una mujer pudiera llegar a tanto.

Pero mucho de lo obtenido se ha quedado en papel; leyes que no se respetan ni se aplican. Es ahora nuestro deber hacer que esas leyes se cumplan y que protejan, no solo a las que hemos tenido el privilegio de tener una educación que nos permite exigir, sino a todas sin excepción.

¿Cuál es la mejor manera de lograr esto?

Participando en todo lo que podamos en nuestro diario vivir; en política, cultura, periodismo, educación, religión. Ahí está el poder para lograr el cambio, en nuestra participación activa y decidida. ¡Así que a participar! Se lo debemos a nuestras nietas.

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