Mi padre era de Granada, Antioquia. Cada mes íbamos mínimo dos veces a visitar a los abuelos, un par de campesinos que amaban su tierra. Cuando llegábamos los domingos muy temprano, mi hermano, los primos y yo recorríamos los campos tranquilos, nos bañábamos en los ríos que abundaban y eran hondos y misteriosos. Allí se tejían historias de remolinos enormes que se tragaban a las vacas, creíamos en fantasmas y en duendes que buscábamos por bosques cercanos con inmenso placer de día para poder ser valientes.
En aquel entonces todavía se podía recorrer el campo sin miedo. Todavía las historias más tétricas alrededor de una fogata podían empezar diciendo: "Se dice que tiene una pata putrefacta que termina en un trozo de guadua. Sus gritos se oyen por montes y socavones, donde hace extraviar a las personas (…)". Pero los tiempos cambiaron, ya una historia semejante no desvela a ningún niño, ahora las historias de terror no tienen margen de duda. Ya es ingenuo pensar que algo como esto no haya ocurrido: "Había una vez un grupo de campesinos en Santa Rosa de Osos que recogían tomate de árbol. Una tarde, después de trabajar muchísimo, unos hombres…".
Alguna vez leí una entrevista que le hicieron a Manuel Mejía Vallejo en la cual afirmaba que Medellín estaba tan jodida que hasta al mismísimo diablo le daba miedo entrar y por eso sólo llegaba hasta Santa Fe de Antioquia. Creo que el límite hace mucho se amplió, ahora no sé si el diablo llegue a Colombia y eso me da pena porque hoy más que nunca desearía que existiera el diablo, El Bracamonte, El Mohán, La Patasola, El Hojarasquín del Monte o La Barbacoa y no este montón de seres humanos reales y asesinos.
Sólo en Antioquia entre el año pasado y éste, según una cronología que publicó este diario a raíz de lo ocurrido en Santa Rosa, se han registrado masacres en: Cáceres, Marinilla, Caucasia, Cocorná, Sopetrán, Remedios, Segovia y Abejorral. Las historias de terror para asustar a niños y a adultos en este país no se detienen.
Porfirio Barba Jacob , uno de los más grandes poetas de Colombia, nacido justamente en esa tierra que la semana pasada vivió semejante pesadilla, dijo: "La existencia del hombre tiene un sentido más noble que la comodidad y la delicia, y quien no inmola algo de sí mismo en beneficio de los demás -algo de su tiempo o de su dinero- no es digno de la dádiva suprema del vivir, ni conoce la elevación, ni goza en la hermosura del espectáculo que ofrece a las grandes almas el universo del espíritu. La vida sin sacrificio es hartura".
Llegó la hora de que nos conmovamos más que un par de días, nuestro dolor debería doler hasta que termine esta violencia absurda.
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