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Nana era pura alegría

06 de mayo de 2009
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"Se nos fue la alegría de la familia". Así describió un tío a Nana. Y de verdad que no pudo haber sido más preciso. De Nana siempre brotó alegría. Alegría que complementaba con su sonrisa permanente, con el entusiasmo que irradiaba constantemente, con la gracia para contar historias y con la imprudencia que a nadie molestaba.

Sin embargo lo más valioso no era que fuera alegre. Era la inteligencia que combinaba con esta alegría para convocar. Convocaba a la familia, convocaba a las compañeras del colegio, convocaba a las amigas, convocaba en los colegios de los hijos, convocaba a quienes habían sufrido como ella. Y convocaba para apoyar, para dar, para construir.

Fue bella por dentro y bella por fuera. También así la describió el Padre Calixto en una hermosa homilía. Inteligente, asertiva, sagaz. Tenía la capacidad de hacer creer a todas sus amigas que cada una era su mejor amiga. Como dijo otra de sus amigas: "Fue perfecta".

Susana, la hija mayor, la entendió muy bien. "Primero pensaba en ella. Pero no con un sentimiento egoísta, sino porque tenía muy claro que la única forma de ayudar y hacer sentir bien a los demás era primero estando bien con ella misma". Y siempre estuvo bien consigo misma.

Y después de ella, sus hijos. Nada era tan importante como la familia. Siempre repetía lo contenta que se sentía cuando estaba con sus hijos o en familia. En la finca, en un viaje, a la hora de la comida o simplemente viendo televisión.

El ejemplo que nos dejó y que nos inculcaba permanentemente a quienes estábamos cerca de ella fue la forma de afrontar las situaciones de la vida. Con fortaleza, con optimismo, con decisión. Siempre supo cuándo había que persistir y lo hacía intensamente. Bien fuera para enfrentar la enfermedad, para formar a sus hijos o hasta para construir la casa que siempre se soñó. Pero también sabía cuándo no había nada para hacer y buscaba otro reto diferente.

Eso fue lo que hizo en el último mes. Luego de cinco años de lucha, de superación y de disfrutar la vida, decidió que su nuevo reto era estar cerca del Creador y desde allí acompañarnos a los que estuvimos a su lado. En los cinco años organizó lo que quería dejar. Viajó a dónde siempre soñó. Estudió. Acompañó el crecimiento de sus hijos hasta saber que ya podían seguir solos su camino. A Ledy, su mamá, la puso cerca de sus nietos. Creó un grupo de apoyo, que se volvió de amigas, para aquellas que sufrieron como ella. Y a mí, me hizo feliz, no solamente en esos cinco años, sino en los veintiocho que compartimos. Lástima no haberla conocido antes. Y me dejó tres hijos espectaculares que llenan mi vida, aunque no el hueco de su partida.

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