Por donde el intenso verde de las montañas se funde con las aguas cristalinas de los ríos San Andrés y San Pedro, conformando uno de los paisajes naturales más espectaculares, pasa el teleférico de Nariño, en el Oriente antioqueño.
Apenas se cierra la puerta de la cabina, en la primera estación del cable, ubicada en el parque principal, comienza el viaje de 21 minutos más emocionante para propios y turistas, quienes a 200 metros de altura disfrutan de la hermosa vista.
Entre los ocho pasajeros que abordan el cable se encuentra David Alejandro Espinosa, de siete años, para quien montar en el "aparato" resulta toda una aventura.
"Mirá cómo se ven de chiquiticas las vacas", fue lo único que atinó a decir el pequeño durante el recorrido, de tres kilómetros.
No tenía que expresar nada más pues su sonrisa y la alegría que reflejaban sus inmensos ojos negros hablaban por sí solos.
La misma sensación de regocijo la compartían los demás viajeros, quienes permanecían atentos, casi impávidos, observando desde el aire los cultivos de panela, café, cacao y plátano.
Los mismos que ellos sembraron y que ya no tienen que atravesar por más de tres horas para llegar a la cabecera municipal a través de un antiguo camino de herradura.
Sin duda, un alivio para sus piernas, pero también para sus bolsillos.
"Antes ir al pueblo era muy duro porque nos tocaba caminar mucho, pero con el cable se acabó ese problema", decía Maribel Osorio, habitante de La Balbanera, una de las seis veredas beneficiadas con el proyecto.
El Limón, El Cóndor, El Guamito, Las Mangas y San Andrés, son los demás poblados favorecidos.
Argenio Quinchía, residente en San Andrés, no se contuvo las ganas para decir que "es maravillosos tener el cable porque podemos transportar nuestra mercancía a un precio más favorable".
Así, mientras antes tenía que pagar 16.000 pesos para llevar a lomo de mula la panela hasta el pueblo, ahora solo debe cancelar 4.000 pesos para transportarla y, posteriormente, comercializarla.
El viaje no le da miedo. Tampoco a los demás pasajeros, que aunque apenas lo han usado un par de veces desde que se puso en marcha, el pasado 19 de agosto, ya se están acoplando a él como su principal medio de transporte.
Eso tal vez explica el porqué no se asustaron, aunque asomaron sonrisas, cuando el cable se quedó suspendido en el aire por cerca de dos minutos debido a un bajón de electricidad.
"¿Miedo de qué?", les preguntaba Maribel a los demás viajeros, mientras alardeaba de que ella ya se había acostumbrado a ver el vacío por todos los lados.
Y es que sin lugar a dudas, ella prefiere eso a volver a caminar por tanto tiempo para llegar al pueblo.
Incluso, es también más tolerable para Maribel esperar y hacer la, casi interminable fila para montarse al teleférico, que "pegarse semejante paseo".
Otra cabina
Por la cantidad de personas que cada día están usando el cable (80 en promedio), tanto Maribel como los demás nariñenses ya están convencidos de la necesidad de que se instale otra cabina.
Sobre todo, para suplir la gran demanda de los fines de semana, cuando, según Johanny Castaño, coordinador de la operación y mantenimiento de la Empresa de Cables Aéreos (ECA), se movilizan cerca de 360 personas.
Un dato que refleja la gran acogida que ha tenido el teleférico entre los habitantes, que tuvieron que esperar seis meses para que una vez culminadas las obras entrará en operación.
"Estamos felices. A uno ya le provoca ir y venir al pueblo a pasear y traer a los niños", comentaba Erika Díaz.
Ese deseo que ve materializado cuando ese pequeño terruño que se ve minúsculo desde la lejanía de su casa, poco a poco se va volviendo grande ante sus ojos cada vez que se sube al cable.
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