La crisis en Bolivia es tan profunda y una salida pacífica tan urgente que no son Evo Morales ni los prefectos opositores los que determinen la solución, sino un tercero, que no Hugo Chávez, representado en la Organización de Estados Americanos (OEA) o Naciones Unidas y, por qué no, la Unión Europea (UE) o los llamados Países Amigos de Bolivia (Brasil, Argentina y Colombia).
Lo que está sucediendo en el país andino repercutirá en toda la región y no será nada bueno, si no se adoptan decisiones con cabeza fría y lejos del polvorín social en que está hoy Bolivia, con muertos y heridos como trofeos de guerra.
Las incendiarias palabras del Presidente de Venezuela, envalentonado con el apoyo militar ruso y tratando de pescar en el río revuelto de su ingobernabilidad interna, contrastan con el llamado a la sensatez y la cordura que han expresado Luis Inácio Lula da Silva, de Brasil; y Cristina Fernández de Kirchner, de Argentina, directos afectados por la crisis, pues les fueron suspendidos los envíos de gas desde Bolivia.
Nuestro editorial del pasado 13 de agosto (El diálogo, la salida en Bolivia), todavía bajo el fragor de un referendo revocatorio que dejó ganador a Evo, pero también a sus opositores, advirtió de las consecuencias que traería la radicalización en las posiciones de ambos, poco dispuestos a reconocer al otro como interlocutor y, menos, a ceder en sus pretensiones.
Los ocho muertos en Pando, que anoche entró en estado de sitio, los 39 heridos, y las decenas de campesinos corriendo desafiantes por las calles de Santa Cruz, Tarija y Beni son la misma foto que vimos en la llamada "Guerra del gas", en octubre de 2003, cuando era, precisamente, Evo Morales el que comandaba la insatisfacción popular. Bolivia no ha aprendido la lección.
El tema de las nacionalizaciones, el único que parecía iba a mantener la unidad en el país andino, es ahora otra bomba con la mecha prendida, pues el impuesto a los hidrocarburos (IDH) que Evo montó para repartirlo entre los más pobres y los indígenas es el mismo que reclaman las regiones más ricas como otra forma de menoscabar la gobernabilidad del Presidente. Es el llamado "empate catastrófico" del que tanto se habla en Bolivia y con el que sólo ganan los populistas que ofrecen intervención militar.
Es ahí cuando debemos apoyar la democracia, tender puentes de interlocución sincera y responsable y evitar la anarquía, pues está en juego la estabilidad de un país hermano que la ha buscado con un alto costo y de una región que la necesita para consolidarse.
Hay instrumentos eficaces para hacerlo como la Carta Democrática de la OEA y a Bolivia no podemos dejarlo solo en esta encrucijada. Y mucho menos en manos de un pirómano con petróleo.
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